sábado, 2 de mayo de 2009

La biometría de Karl Pearson



A comienzos del siglo XX, las nociones de evolución y revolución, como respuestas a la ampliación de derechos, condensaron alternativas conformadas en la interacción permanente con hipótesis que atravesaron los campos biológico, político e ideológico. La idea de cambio social quedó así inmersa en polémicas desatadas entre las hipótesis emergentes de las Ciencias Naturales, especialmente cuando la "Teoría de la selección y la variabilidad" de Charles Darwin, fue reevaluada a partir de la "Teoría de la herencia", merced al redescubrimiento de las reglas enunciadas por Mendel sobre la transmisión hereditaria. Así, al darwinismo clásico le salió al paso el mendelismo, básicamente a través de la “Teoría de la mutación” del botánico holandés, Hugo De Vries, para quien la inobservancia en la naturaleza de la formación de nuevas especies volvía a la tesis de Darwin probable, pero no probada.

Si bien ya a fines del siglo XIX y ante la falta de conocimiento sobre la herencia biológica, William Bateson reunió pruebas sobre las variaciones discontinuas en los organismos, el papel de las mutaciones como variaciones bruscas surgidas en algunos individuos de una especie y transmisibles hereditariamente, fue puesto de relieve en 1901 por De Vries. Por su parte, la biometría de Karl Pearson, negaba sistemáticamente la posibilidad de cambios bruscos en el mundo natural.

Establecida entonces la discrepancia entre sendas vertientes evolucionistas -los mendelianos, como De Vries y Bateson, muy influyentes en los Estados Unidos y los biométricos, básicamente instalados en el Reino Unido bajo el influjo de Pearson- parecían estar dadas las condiciones para transferir esas hipótesis a la idea de cambio social. Continuidad y discontinuidad en el desarrollo evolutivo ya no eran aspectos que pudieran aplicarse únicamente a la reproducción de las plantas y los animales.

Pearson abonó la hipótesis evolucionista gradualista, ubicándola a la vez en un plano biológico y político: "ninguna gran reconstrucción social, que beneficie de forma permanente a cualquier clase de la comunidad, se ha producido nunca como consecuencia de una revolución (...) El progreso humano, como la naturaleza, nunca avanza a saltos".[1]

Contrariamente, la relectura social de la “Teoría de las mutaciones”, prohijaba el concepto de revolución.

Superada entonces la hipótesis diluviana de la fijeza de las especies, y aceptada la teoría transformista -tanto en la línea lamarckiana como en la darwiniana- una de las polémicas más trascendentales de las Ciencias Naturales de principios del siglo XX radicaba, más que en las variaciones experimentadas por los seres vivos -que ya eran indiscutibles-, en la aceptación o el rechazo a la posibilidad de la existencia de una evolución discontinua, inesperada. Admitir esa posibilidad significaba dar crédito a la emergencia de individuos con características atípicas respecto a las de sus antecesores, tanto como a regímenes políticos desligados de un naturalizado orden preestablecido.

Si desde el par oposicional gradualismo-evolucionista y mutacionismo-revolucionario, podían leerse con diferente velocidad los cambios generadores del progreso que, a la postre, posibilitarían la supervivencia de los más aptos; el primer concepto remitía a una competencia interindividual generalizada, legitimadora del liberalismo, mientras que el segundo sustentaba la revolución como única vía posible de lograr que aquélla se convierta en una contienda clasista o estamental que asegurara no ya la supervivencia del más apto, sino la prevalencia colectiva.

Para Darwin la selección se daba aún dentro de una especie, en la cual solamente lograban sobrevivir aquellos individuos azarosamente más adaptados. En cambio, para la tesis mutacionista los cambios bruscos de tipo revolucionario, implicaban, necesariamente, una actividad grupal -social- tendiente al logro de un objetivo común ligado con su progreso colectivo. Así, tanto en la delimitación de ese objetivo como en el diseño de diversas estrategias para lograrlo, la revolución permitía acelerar voluntariamente la evolución, a la que, a su vez, la orientaba en pos de una meta común.

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http://juanfilloy.bib.unrc.edu.ar/completos/corredor/corredef/comi-b/VALLEJ-M.HTM