NADIE discutirá que el cigoto -célula germinal originada por la fecundación- es un ser vivo. En los seres inanimados, el criterio de identidad se cifra en la permanencia de las partes que lo forman; un ser vivo, por el contrario, se caracteriza precisamente porque su entidad material cambia, por su constante interacción con el medio externo; a esto se le llama metabolismo. Los seres inanimados son estables, son siempre lo mismo. Por el contrario, un ser vivo no es siempre lo mismo, su identidad no es estática, sino dinámica; y ese dinamismo -desarrollo metabólico- es lo que lo distingue precisamente de los seres inanimados. Resulta evidente que un embrión es, desde el momento de la fecundación, un ser vivo. Ahora bien, ¿podemos afirman que se trata de vida humana? He aquí la gran pregunta.
La pertenencia a una especie determinada se establecía en otras épocas a través de semejanzas anatómicas y funcionales; y, conforme a este criterio elemental, se concluye que un cigoto no se parece a un hombre. Pero los avances de la biología nos permiten afirmar que la pertenencia a una especie determinada se establece mediante el estudio genético. Todos los individuos de una misma especie tienen una misma configuración genética (aunque la combinación cromosómica sea distinta en cada uno de ellos), nos dice la moderna biología. A la luz de sus descubrimientos, puede sostenerse que la vida humana tiene su origen en el cigoto, pues en él ya se halla toda la información genética que, de no mediar interferencias en el proceso, conducirá a la formación de un individuo humano único, distinto a cualquier otro que antes haya existido o vaya a existir. Esto es lo que diferencia al cigoto de cualquier otra célula perteneciente a nuestro cuerpo que, al igual que el cigoto, posea un genotipo humano. ¿Hemos de considerar, por ejemplo, que una célula tomada de cualquiera de nuestros órganos es vida humana? Evidentemente no. Lo que hace del cigoto vida humana es que no forma parte de un organismo humano adulto. Cualquier célula humana, excepto el cigoto, es parte de un organismo humano; incluso una célula aislada, tomada de un cultivo de laboratorio, nos desvelará a través de su información genética su procedencia. Sin embargo, el cigoto no es parte de ningún organismo adulto; ni siquiera del cuerpo materno, ya que su genotipo es distinto del que poseen las células del cuerpo de su madre. Ese cigoto es el inicio de un proceso vital que desemboca en un individuo nuevo de la especie humana.
Sobre el desarrollo embrionario de ese cigoto intervendrán posteriormente hormonas maternas; pero estas necesarias aportaciones que favorecen el desarrollo del cigoto activan o inhiben la información genética, en ningún caso la dirigen. Los genes del cigoto reconocen tales aportaciones hormonales, que desencadenan la realización de un programa genético preexistente. Hay quienes afirman que sólo puede hablarse de vida humana desde que se produce la anidación del cigoto en el útero, puesto que hasta entonces no hay «individualización», como demuestra la posibilidad de gemelos monocigóticos. Pero la existencia de gemelos monocigóticos, fruto de una división del cigoto tras la anidación, no demuestra que el cigoto no sea vida humana; demostraría, en todo caso, que el cigoto puede ser origen de varios procesos vitales. El cigoto posee una esencia constitutiva y singular, aunque su singularidad pueda dar lugar a varios procesos vitales; y esa esencia constitutiva y singular -esto es, un código genético propio, distinto al de sus progenitores- es lo que nos permite reconocerlo, haciendo uso de la racionalidad ética, como miembro de la familia humana.
Lunes, 18-05-09
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