Pues el encuentro del hombre con la muerte involucra a varias personas: al que muere, del que se dice que parte, que se va (¿A dónde?), y a los que se quedan, quienes pueden tener que ayudar al primero en un momento en el que puede requerir su colaboración. Tanto el que se va como los que se quedan han de asimilar el hecho de la muerte. De dotar de sentido al acontecimiento en el cual uno de ellos deja vacío su lugar en la red de relaciones sociales. Asociado a este radical abandono esta toda una tradición que relaciona toda esa partida con las ideas de alma, Dios e inmortalidad. Pero también asociado a ese trance se encuentra una forma de organizar socialmente el proceso de morir, el encuentro directo del hombre con la muerte, que es lo que podemos llamar un modo de morir.
El modo de morir es un producto del orden social, en tanto que tal, puede evolucionar en el tiempo y adecuarse a los cambios que se producen en la sociedad.
En la larga historia del modo de morir pueden distinguirse a grandes rasgos dos tipos fundamentales: el modo tradicional de morir, que tiene raíces muy antiguas, que encontramos vigente ya en la antigüedad clásica y que ha durado largamente en el tiempo, y un modo nuevo de morir, al que cabria llamar modo tecnológico de morir, que ha aparecido en Occidente durante el siglo XX. (Méndez, V; 2002, p. 25).
La muerte del hombre es un fenómeno biológico y social, biológico porque se trata de un cambio del estado de la materia y un cese del intercambio entre un ser vivo y su contexto natural; un inicio de la descomposición de la estructura corpórea o física de un ser. La muerte social encierra otros elementos que tienen relación con el trabajo social realizado por el ser humano en el seno de la sociedad; cuando el ser social no es capaz de incorporarse a un proceso de producción de bienes o tareas fundamentales para la supervivencia del grupo, ese hombre está muerto socialmente aunque se encuentre vivo biológicamente.
Por lo tanto, si la vida social significa entrar a compartir la vida cotidiana con otros grupos y de hecho implica responsabilidad en el seno de una comunidad; la muerte pasa a tener dos significados; uno biológico, cesar los signos vitales como miembro individual (singular) de una especie, desaparición física del cuerpo humano; el significado social de la muerte se presenta en la propia vida, es cuando estando vivo no somos útiles ni a nuestro grupo social o familiar ni a la sociedad a la cual pertenecemos.
Si es cierto que la sociedad moderna y postmoderna de la actualidad ha hecho posible el desarrollo de la ciencia y la tecnología y que se conoce cada día más acerca de la biología humana; no lo es menos el hecho de que siempre está presente en la sociedad ese deseo de revocar la muerte o hacer posible el reino de la inmortalidad. El problema, según Graterol, M (1995, p. 270) radica en que si en la sociedad postmoderna existe un control sobre la vida y la muerte (el biopoder), entonces, ¿quién o quienes serán los que tendrán el saber/ poder sobre la tan deseada inmortalidad?, ¿quién o quienes estarán en condiciones intelectuales o ganados mentalmente para cederle su vida inmortal a los que también desean legítimamente no morir?
La muerte es una condición de la naturaleza humana, nuestra estructura biológica está constituida para mantener una relación equilibrada con la naturaleza exterior, sin sufrir deterioro alguno. El enfoque antropológico y filosófico, hace pensar que el ser humano siempre ha deseado no morir y por ello ha intentado crear sistemas ideológicos mágicos y religiosos para justificar su inmortalidad. Hoy tales deseos están reducidos a una práctica médica garante de la vida y su prolongación en el tiempo. El problema está en que la vida humana además de ser algo biológico y natural, es una realidad histórica consciente que transcurre en un espacio/ tiempo que debe ser vivido por uno y no por otro; en fin, la vida es no únicamente presencia tangible sino acción, praxis, hacer en un espacio/tiempo. Vivir como un animal inferior, biológicamente es la negación de la vida social humana. Este tipo de vida, es eterna; la otra, la vida social tanto del grupo como la individual es la que se desea mantener como algo eterno y ello significaría la muerte de esa vida y el regreso al mundo inorgánico, a la naturaleza.
Finalmente, se concluye que la vida y la muerte son una necesidad para la evolución social, no puede existir independientemente la una de la otra; quitarle a la vida la posibilidad del desarrollo del proceso de la muerte, es negarla, es detenerla porque la vida transcurre, es un devenir en el tiempo/espacio.
Antropología de la muerte
Las interrogantes sobre la esencia del hombre y sobre el significado de su existencia, tanto hoy como en el pasado, no nacen en primer lugar de una curiosidad científica, encaminada al aumento del saber. Los problemas antropológicos, según Gevaert, J (1993; p.14) se imponen por si mismos, irrumpen en la existencia y se plantean por su propio peso. No es en primer lugar el hombre el que suscita problemas; es el propio hombre el que se hace problemático debido a la vida y a la condición en que vive. La existencia, al hacerse problemática, requiere una respuesta y obliga a tomar posiciones. Y esto no se lleva a cabo en forma esporádica, para algún que otro privilegiado, sino comúnmente – al menos en cierto modo- en la vida de cada hombre disponible y deseoso de autenticidad.
La antropología filosófica no crea ni inventa los problemas del hombre. Se los encuentra, los reconoce, los asume, los examina críticamente, e intenta fatigosamente dar una respuesta que pueda iluminar la problemática concreta y existencial. Todas las antropologías, en su intento de aclarar el misterio del hombre se ven por consiguiente obligadas a una confrontación explicita con la problemática de la muerte.
Morín (1974) desarrolla una antropología de la muerte en donde pone de manifiesto que la muerte es, o puede llegar a ser, un producto más de la capacidad de construcción social del hombre (Berger y Luckman, 1986), no en cuanto al hecho esencial en sí mismo, sino en todo lo concerniente a su interpretación significado y asunción de tratamiento y ritos. Asimismo, la relación entre religión y capacidad adaptativa del hombre antes los hechos “ingobernables” de la naturaleza, entre los que ocupa un lugar nuclear la muerte, fenómeno que incluso llevaba a los padres a retener desesperadamente algún recuerdo de sus hijos mediante el, a la sazón, recientes inventos de la foto contribuye a la constatación de la evidente relación entre la interpretación sobrenatural de los fenómenos, la capacidad de construcción social del hombre y la incidencia creciente de la tecnología en dicho proceso.
Morín distingue en su obra una triple constante ante el principal misterio del hombre: conciencia de ruptura que conlleva la muerte; el daño o traumatismo que esta conciencia/saber inflige; y, por último, la aspiración a la inmortalidad. El hombre utiliza la creatividad como instrumento para superar las contradicciones y frustraciones que provoca la muerte finiquitando su individualidad, y para ello se pone a la tarea de elaborar concepciones de la muerte en un contexto bipolar:
Cosmomorfismo: inspirado en el recurrente renacimiento de la vida en la naturaleza (muerte – resurrección o muerte – descanso eterno).
Antropomorfismo: mantiene la individualidad mediante la vía de la inmortalidad: individuo amortal mediante la creatividad (alma, superhéroe), o la ciencia (genoma).
En consecuencia se trata de estudiar la muerte como el fenómeno que más ha preocupado al hombre, resultado, a veces incluso de difícil e inasimilable explicación. La muerte, desde la prehistoria, supuso el fenómeno al que más imaginación y creatividad tuvieron que aplicar los seres pensantes de la tribu para congraciar la rutina diaria de su presente con la incertidumbre del futuro (Morin; 1974).
La muerte y morir en sociedad
No hay acuerdo acerca del grado de presencia que tiene la muerte en nuestra sociedad. Es mayoritario el sentir de quienes opinan que en los últimos tiempos tendemos a no hablar de ella, incluso a esconderla, aunque no falta quienes consideren que, por el contrario, si algo no falla en nuestro entorno son elementos que, de una u otra manera, nos recuerdan el hecho de la muerte. Como casi siempre en caso de duda, lo mejor es seguir la recomendación aristotélica y ver si introduciendo algún matiz, la cuestión se torna más manejable. Propongo empezar distinguiendo entre tipos de muertos.
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