domingo, 31 de mayo de 2009

Paradigma humanista en Enfermeria. Desde la perspectiva de la muerte del adulto mayor.1

Hacia un paradigma humanista en Enfermería. Desde la perspectiva de la muerte del adulto mayor.



Mgsc. Omaira Ramírez



Universidad de Carabobo. Área de estudios de Postgrado. Facultad de Ciencias de la Salud. Doctorado en Enfermería. Valencia, Venezuela





Una aproximación filosófica al problema de la muerte



El hombre es una realidad única: es unidad. No es una unión de dos realidades, de lo que sucede llamarse “alma’ y “cuerpo”. Ambas expresiones son inadecuadas porque lo que con ellas pretende designarse, depende esencialmente de la manera como se entienda la unidad de la realidad humana. De ella depende así mismo la idea de su actividad.



Tanto el alma como el cuerpo, señala Gevaert (1993.p.90) que indican a todo el hombre pero bajo un determinado aspecto. El cuerpo expresa que la persona humana es también organismo vivo que realiza su propia existencia a partir del organismo, revistiéndolo de significado humano. El término “alma” indica a todo el hombre por cuanto que realizándose en el cuerpo, no se identifica con él. El término humano, expresa el valor de cada hombre como individuo, independientemente del rol social que le toca vivir, de su utilidad y de su rendimiento personal. El individuo posee la dignidad humana como valor intrínseco, en sí mismo, insustituible esté sano o enfermo. Esta dignidad debe ser respetada tanto si reporta beneficios a la sociedad como si está incapacitado para cumplir con el rol que venía desempeñando.



Los seres humanos, como ya decía Kant en el siglo XVIII, tenemos dignidad y no precio. Somos dueños de nosotros mismos, de nuestra vida y de nuestra muerte. El hombre se mueve a lo largo de su existencia en un estado de salud, vigor y vida o bien en un estado de enfermedad, sufrimiento y muerte. El respeto a la vida es la base de cualquier civilización, y esta premisa lleva implícito el respeto a la propia muerte. La muerte es el final natural de la vida. De lo que se desprende que tanto la persona sana como la enferma poseen cualidades que permanecen intactas en toda la línea existencial, desde el nacimiento hasta la muerte.



La persona es una unidad holística, integral, una totalidad como decía Krishnamurti. La persona es autónoma, dueña de sí misma, de sus actos, de su vida, de su muerte. Es libre para decidir sobre los valores fundamentales de la existencia: la vida y la muerte. Es responsable único de sí mismo.

El problema de la muerte no es propio de los albores de este siglo, sino de la historia de la humanidad, pero se ha convertido en un punto crítico de nuestra época, porque pareciera que millones de personas tienen resueltos sus problemas materiales. El problema ha sido abordado en nuestro tiempo, para buscar soluciones a fin de posponerla, bien sea en forma técnica -vivir lo más posible- o psíquica –no enfrentarse con ella-, la filosofía clásica es la postura a la que estamos describiendo.



La preocupación por el problema de la muerte abarca la historia completa de la humanidad; al respecto Rojas, C (2002; p. 225) señala que, desde los antiguos neanderthalenses hasta los hombres del presente, el tema ha sido objeto de rituales, mitos, consideraciones religiosas y reflexiones filosóficas. La sola mención de la muerte alcanza variadas resonancias semánticas en el lenguaje cotidiano que evidencian su profunda inscripción en el imaginario colectivo.



Expresa además que, los filósofos griegos desde Sócrates y Platón desarrollaron el concepto del alma que hoy se maneja en Occidente, evolucionaron posteriormente hacia las escuelas Filosóficas Estoicas y Epicureistas. Para los estoicos lo importante era liberarse de las pasiones que atormentan el alma a través de la consecución de un estado de ataraxia o apatía, mientras que para los epicureistas lo importante era alcanzar la felicidad o alegría, y a través de ese goce, olvidarse del problema de la muerte



Desde Platón, es un enfrentamiento con el hecho indubitable de que el hombre es un ser para la muerte tal como lo repite Heidegger, dos milenios y medio después. Puede llamar la atención que en un primer momento se califique a la muerte como un problema filosófico, porque no son solo los filósofos quienes se mueren, sino porque parece que la filosofía no tiene nada que hacer como lo podría hacer la medicina frente al trance de la muerte. Ciertamente que este problema es de carácter existencial universal: todos se mueren, más aun, es el problema ante el que palidecen los demás que plantea la existencia humana.



Soren Kierkegaard (1813-1855), precursor fundamental de la filosofía existencialista, escritor profundo y prolijo, expresó admiración socrática, llena de dignidad y empeño ético; se ocupó del problema de la fe: fuera de la fe no hay más que desesperación, la de no querer ser uno mismo o la de querer serlo. Rojas, C (2001; p. 42) señala a Kierkegaard quien en su obra El Concepto de la Angustia, analiza exhaustivamente el problema del pecado y su relación con la angustia: la nada engendra angustia…la nada y la angustia son correspondientes entre sí. La angustia queda eliminada tan pronto como aparece de veras la realidad de la libertad y del espíritu.



Para los existencialistas, la angustia, el miedo y la nausea son sentimientos reveladores por medio de los cuales el sujeto toma conciencia de los elementos constitutivos más auténticos de su propio ser. Martín Heidegger (1889-1976) es otro de los pensadores existencialistas de mayor profundidad y difusión de nuestros tiempos, autor de la difícil obra Ser y Tiempo, y uno de los que más profundizó en la significación de la muerte: La vida autentica es aquella que se sabe prometida a la muerte y la acepta valerosamente, honestamente…..es preciso acosar en todo instante el anonimato, la desindividualización… desde que el hombre nace, es lo bastante viejo para morir.. Heidegger llama existencia autentica a la que se sabe prometida para la muerte y hace todo lo posible por trascenderla en la vida. El sentimiento (la angustia) adquiere funciones ontológicas reveladoras (Morin: 1974, p. 316).



Entonces que para Jean P Sastre (1905-1980), la angustia permite tomar conciencia de la libertad, mientras que la conciencia de la muerte es la cancelación de la libertad y de las posibilidades de la existencia



Siendo así, el existencialismo, de manera general, se puede definir como la corriente filosófica según la cual lo principal de la realidad es la existencia humana. Esta sencilla definición nos permite ver que si el existencialismo se llama así es porque al problema de la existencia le concede primacía tan absoluta que, de su enfoque y solución, dependerá la manera en que se aborden todos los demás problemas.



En que sentido podemos decir que la muerte es un problema que atañe a la filosofía. En el preciso sentido de que es la filosofía el saber del hombre que tiene a su cargo los problemas limites. Expresa Celly G (2004, p.87) que tanto la muerte como el nacimiento constituyen los contornos de la existencia humana, son fuente inagotable de reflexiones acerca de la naturaleza humana y su finalidad. Nacimiento y muerte en la modernidad merecen la mayor atención ética, toda vez que han dejado de ser sucesos naturales para convertirse en artificiales por manipulación tecnocientífica.



La experiencia de la muerte ocupa un lugar central en la historia de la humanidad. Incluso podría afirmarse que precede a su humanización. Hasta donde alcanza la memoria humana, se comprueba que el enterrar a los muertos constituye un indiscutido signo distintivo del hombre. Ya en tiempos muy remotos, el entierro se cumplía rodeado de infinita solemnidad y de fausto, utilizando joyas y objetos de arte, destinados a honrar al muerto. Para el lego es siempre una sorpresa comprobar que las maravillas artísticas tan admiradas por todos fueron, en realidad, ofrendas a los muertos. En este aspecto, el hombre ocupa un lugar único entre todos los seres vivientes, tan único como el que le confiere el dominio del lenguaje oral, y quizás esta práctica se remonte más que este último a sus orígenes. Sea como fuere, la documentación del culto a los muertos penetra en la prehistoria dicho más allá que la tradición del lenguaje.



El morir es un proceso que lleva de la vida a la muerte a un organismo vivo. Puede ser descrito adecuadamente como un proceso de transformación de materia orgánica en inorgánica. Pero el proceso de morir de un ser humano, al igual que su proceso de vivir, no es algo meramente biológico: tiene también, y es esencial en él, un aspecto social

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