lunes, 11 de mayo de 2009

Diseñando seres humanos


Miguel Abad Vila


Desde que ha leído mis recientes alabanzas al resveratrol, algunas tardes de primavera suele el incombustible Aloysius sentarse con sus amistades más íntimas alrededor de unas botellas de Pago de Carraovejas para depositar en sus carnes magras las ventajas de tan prometedor antioxidante. Tengo entendido que pagan a escote pericote el exquisito brebaje, para luego debatir en condición sobre cuestiones trascendentales referentes a la naturaleza humana. Las últimas novedades orbitan alrededor de un controvertido libro, todavía no traducido al español, firmado por el científico norteamericano Gregory Stock bajo el sugerente título de Redesigning Humans our Inevitable Genetic Future. A propósito de este tratado, estoy firmemente convencido de que, a lo largo del presente siglo XXI, habitarán sobre el planeta Tierra dos especímenes diferentes de homo sapiens: el clásico, al que yo sigo perteneciendo de momento, y uno moderno y evolucionado, portador de increíbles innovaciones genéticas adquiridas en el laboratorio, y que le harán acreedor de enormes ventajas frente a las actuales enfermedades cardiovasculares, genéticas, oncológicas e infecciosas.

El otro atardecer, en una de esas veladas auspiciadas por mi ilustrado amigo, me quedé sobrecogido al escuchar un aria hermosísimo de la ópera ‘Rinaldo’, del inmortal Händel. Reconocí los acordes de ‘Lascia ch’io pianga’ transportados por el espacio vespertino a lomos de la impresionante voz del contratenor francés Philippe Jaroussky. Y entonces evoqué una atrocidad realizada por el ser humano en nombre del arte y la belleza. Entre los siglos XVII y XVIII, solamente en Italia fueron castrados cada año unos 4000 niños antes de cumplir los 8 años, con la finalidad de preservar sus voces infantiles y obtener el éxito y la fama como cantantes de ópera o solistas corales al servicio de la Iglesia o de las monarquías europeas. Recibieron la denominación general de castrati, y eran los equivalentes entonces de nuestras actuales estrellas del rock.

El círculo se cierra. El ser humano nunca ha sido conformista. Bien sea por obra y arte de técnicas cruentas como la castración física, o bien por procedimientos que hoy en día parecerían encajar más dentro del ámbito de la ciencia ficción, la modificación de nuestra propia naturaleza podría estar tanto al servicio de objetivos puramente espirituales como al de las más terribles abyecciones. Por ahí se conservan aún las ruinas de ciertos campos de concentración. Menos mal que, de vez en cuando, diminutos seres vivos que comparten con nosotros estos pagos planetarios, como el virus de la gripe, nos recuerdan que habremos de ser sublimes pero humildes, pues todavía es frágil nuestra vida y demasiado fácil nuestra mortalidad.

10-05-2009



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