¿Podremos vivir mucho tiempo
gozando de buena salud?
Jean-Marie Robine
Si bien el término “expectativa de salud” tiene varios usos —por
ejemplo, para determinar la expectativa de vida sin discapacidad— y
lo mismo ocurre con sus indicadores derivados, como el estudio de los
diferenciales de salud o de la importancia relativa de las distintas
causas de morbilidad, el principal objetivo de las cifras de expectativa
de salud es evaluar la salud de una población, o de los grupos que la
componen, en función del tiempo.
Este objetivo muy concreto está vinculado con las variaciones
de la esperanza de vida. Las primeras estimaciones, realizadas en el
siglo XVII, tenían por objeto evaluar cuál era tiempo promedio que
podía prolongarse la vida humana, como dan fe las cartas
intercambiadas por los hermanos Huygens en 1669 (Dupâquier y
Dupâquier, 1985). ¿Cuál es la mejor representación de la longevidad:la edad modal al deceso, es decir, la mediana de la edad que alcanzarán o superarán el 50% de las
personas —una probabilidad de 1:2 alcimiento—, o el número promedio de años que puede esperar
vivir cada persona cuando nace? El propósito de la expectativa de salud es muy distinto porque el
cálculo habitual de la esperanza de vida —desde el siglo XIX para los primeros países, como los de
Europa septentrional, Francia y el Reino Unido— ha demostrado un aumento muy firme de la
longevidad media. Por ejemplo, en Francia la esperanza de vida al nacer de las mujeres aumentó de
41 años en el período 1817-1831 a 49 años en el período 1898-1903 y a 82 años en 1997 (INSEE,
1961; Levy, 1998)2. En tal sentido, el objetivo de analizar la expectativa de salud no es calcular el
período de vida promedio que las personas vivirán en buena salud, sin discapacidad, sino
determinar si este indicador varía de la misma manera que la esperanza de vida.
EL DOCUMENTO COMPLETO ,POR SU EXTENSIÓN CONSULTARLO EN http://www.eclac.org/publicaciones/xml/4/5604/lcl1399e_S2.pdf
A CONTINUACION REPRODUCIMOS LAS CONCLUSIONES
Conclusión
El análisis de las series cronológicas indica que pueden existir cambios comunes a todos los
países examinados. Pareciera que en la esperanza de vida sin discapacidad grave se registró un
aumento paralelo al de la esperanza de vida mientras que la esperanza de vida sin discapacidad,
combinando todos los niveles de discapacidad, no parece haberse modificado significativamente, si
bien la mayoría de las series cronológicas parecen indicar un aumento al final del periodo que
abarca el estudio. En este resultado se supone que la edad en que aparecen discapacidades graves
ha aumentado en forma correlativa con la edad al fallecer. En contraposición con los temores de
Kramer y Gruenberg, los que se han mantenido vivos no son los más gravemente enfermos.
Pareciera que la atención de salud ha postergado tanto la edad de aparición de las discapacidades
graves como la edad de la muerte. En este resultado también se supone que los niveles menos
graves de discapacidad han aumentado. Al prolongarse el tiempo de vida, aumenta el número de personas que acumulan los efectos de los distintos episodios de enfermedad pero sin que los niveles
acumulados de gravedad superen a los anteriores7.
La mayoría de los resultados de los estudios empíricos son coherentes con este análisis. Sin
embargo, permítasenos subrayar dos aspectos. En primer lugar, no todos los estudios geográficos
confirman la relación positiva entre el valor de la esperanza de vida y el valor de la esperanza de
vida sin discapacidad grave. Este hecho no es esencial para nuestra demostración, pero la
confirmación de una relación espacial de este tipo habría reforzado nuestras conclusiones. En
segundo lugar, las series cronológicas de los Estados Unidos sobre discapacidad —que indican una
caída o una estabilización— no tienen una correspondencia adecuada con las series cronológicas
sobre las discapacidades más graves y sobre las menos graves, respectivamente. En realidad, las
series cronológicas sobre las actividades de la vida cotidiana demuestran la existencia de
discapacidades graves mientras que las series cronológicas que sólo tienen en cuenta las actividades
instrumentales de la vida cotidiana —es decir, que excluyen las dificultades en las actividades de la
vida cotidiana— indican un nivel de discapacidad menos grave.
Del mismo modo que es imposible concluir que la longevidad potencial de la especie humana
se ha modificado porque ha aumentado la esperanza de vida o se ha producido un crecimiento
explosivo del número de centenarios, tampoco puede concluirse que las personas son más
saludables en las distintas etapas de su vida porque se ha registrado una declinación de las
dificultades experimentadas para realizar las actividades de la vida cotidiana. De hecho, estas
dificultades dependen en gran medida del entorno físico y social, que puede ser más o menos
ventajoso, facilitando las actividades cotidianas o, por el contrario, dificultándolas. Sin embargo, el
entorno ha cambiado considerablemente en los últimos años y algunos de estos cambios, como las
mejoras en materia de vivienda y equipo o la multiplicación de implementos técnicos facilitan,
indudablemente, las actividades cotidianas.
En este contexto, un análisis reciente realizado por Vicki Freedman y Linda Martin en
relación con una primera serie cronológica sobre las limitaciones funcionales de las personas de
edad en los Estados Unidos nos trae la primera respuesta alentadora. Entre 1984 y 1993, las
capacidades funcionales relativas a cuatro aspectos —la visión de caracteres impresos, la capacidad
para levantar y transportar un saco de aproximadamente 10 libras de peso, la capacidad de subir
escaleras o de caminar un cuarto de milla (aproximadamente tres cuadras urbanas)— habían
aumentado significativamente (Freedman y Martin, 1998). Dejando de lado el tema de la visión,
que depende, en parte, del uso de gafas, estos resultados indican, sin lugar a dudas, un
mejoramiento de la capacidad física