lugares y momentos diferentes. ¿Por qué? ¿Está determinado ese salto por el aumento de las capacidades cognitivas de la especie humana? No necesariamente, según explican unos investigadores del University College de Londres. Para ellos la clave, o al menos una clave importante, reside en la estructura demográfica de las poblaciones. Pudo ser su densidad, las migraciones y las interacciones entre los subgrupos sociales lo que habría provocado el surgimiento de la complejidad simbólica y tecnológica en el comportamiento humano -primero en África, y después en Europa- y no necesariamente los cambios biológicos en la capacidad cognitiva, dicen.
Otro estudioso, éste de EE UU, aborda también la cuestión demográfica en el origen del comportamiento social humano moderno. Pero lo hace desde la perspectiva de los costes y beneficios de la guerra en la evolución de un rasgo social importante como el altruismo. Ambos trabajos se publican en la revista Science. En ambos casos, como no podía ser menos en la ciencia contemporánea, Darwin sale a relucir, y la comparación con los datos genéticos resulta esencial al menos para validar las conclusiones demográficas.
El origen del comportamiento humano complejo, registrado primero en Europa y Asia occidental (hace unos 45.000 años) y después en el sureste y este asiático, Australia y África, se caracteriza por un marcado salto cultural y tecnológico, recuerdan Adam Powell (University College, Londres) y sus colegas. Incluso emerge un comportamiento simbólico que se manifiesta en el arte abstracto y realista así como en la decoración de los propios cuerpos. Herramientas de piedra, tecnologías avanzadas de cazadores y tramperos (lanzas, bumeranes y redes), artefactos rituales (de hueso y marfil) y musicales (flautas de hueso) son restos arqueológicos que lo atestiguan.
Lo que Powell y sus colegas investigan es la dispersión espacial y temporal del origen de la modernidad. Además, hay que tener en cuenta que los humanos anatómicamente modernos surgen en África hace entre 160.000 y 200.000 años. Entonces, si el motor del comportamiento moderno fuera un cambio biológico hereditario, ¿no deberían haber surgido sociedades complejas frecuentemente y pronto tras su diáspora fuera del continente ancestral? Es más, los científicos británicos apuntan que, para muchos de sus colegas, también los neandertales, aunque biológicamente diferentes de los nuevos humanos, tenían comportamiento y capacidades cognitivas notables.
Powell y sus colegas abordan el problema con modelos que tienen en cuenta los grupos de población, la estructura de los subgrupos y sus relaciones, la emigración y, por supuesto, los recursos que ofrece un entorno y las estrategias sociales para explotarlos.
"Nuestros resultados demuestran que la influencia de la demografía en los procesos de transmisión cultural ayuda a explicar tres características clave de la emergencia del comportamiento moderno observable en el registro arqueológico: la aparición temprana y la desaparición subsiguiente de rasgos modernos en el sur de África; la heterogeneidad geográfica y temporal del surgimiento del comportamiento moderno y el retraso entre la anatomía moderna y los rasgos de comportamiento modernos", concluyen los investigadores.
Los estudios de ADN permiten hacer estimaciones sobre densidades de población prehistóricas cuyos resultados son compatibles, en general, con los de estas simulaciones demográficas.
Hay que tener en cuenta, advierte Ruth Mace también en Science, que "tanto los rasgos genéticos como culturales son hereditarios y están sujetos a procesos evolutivos, aunque los segundos no se transmiten de modo mendeliano y pueden heredarse incluso entre gente que no comparte genes". Esto puede producir resultados evolutivos inexistentes en otros animales.
Más radical que el de Powell es el segundo estudio, también de corte demográfico. Samuel Bowles (Instituto de Santa Fe, EE UU) aporta información etnográfica y arqueológica a sus modelos para concluir que la estructura demográfica en los grupos de cazadores-recolectores prehistóricos favoreció la transmisión de rasgos genéticos de influencia social en los humanos.
El punto fuerte del trabajo es el altruismo, aunque lo que estudia es la guerra, entendida ésta como conflictos violentos intergrupales. Las prácticas bélicas, sugiere Bowles, pudieron favorecer la supervivencia de grupos humanos que contuvieran más individuos altruistas dispuestos a poner en peligro su propia vida si ello aporta beneficios para su propio grupo.
"El nivel estimado de mortalidad en conflictos intergrupales debió tener un efecto sustancial, favoreciendo la proliferación de comportamientos favorables al grupo aunque fueran muy costosos a nivel personal para el individuo altruista", afirma, con un enfoque muy darwinista. Es decir, en la guerra venció evolutivamente el altruismo.
ALICIA RIVERA - Madrid - 10/06/2009
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