jueves, 30 de julio de 2009

El entorno de los padres puede influir en la genética de los hijos

MICHELE CATANZARO
BARCELONA
El peso, el crecimiento y otras características de una persona podrían estar influidas por el ambiente y las costumbres de sus antecesores. Esta idea ha vivido rodeada de controversia desde que el naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck la formulara por primera vez en el libro Filosofía zoológica, que cumple dos siglos este año, pero son cada vez más las nuevas pruebas que la respaldan.
Lamarck, basándose en la herencia de los caracteres adquiridos, fue el primero formular de forma coherente la evolución natural, pero el triunfo de la teoría de Darwin, basada en la selección natural de caracteres innatos, condenó su trabajo al descrédito. Hoy, sin embargo, los científicos están descubriendo que Lamarck llevaba parte de razón. «Las dos visiones no son necesariamente contradictorias», comenta Agustín Camós, historiador de la ciencia, profesor de secundaria y traductor al catalán de la Filosofía zoológica. «Por ejemplo, el propio Darwin consideraba que algunos caracteres adquiridos se podían heredar».

MARGINACIÓN / La infravaloración del lamarckismo empezó en la misma época del naturalista. De hecho, el ejemplo más utilizado para explicar la diferencia entre su visión y la de Darwin, la historia del cuello de las jirafas (ver dibujo), fue concebido por un eminente geólogo, Charles Lyell, para ridiculizar a Lamarck.
En cualquier caso, su gran enemigo fue Georges Cuvier. Los dos empezaron colaborando en el Museo de Historia Natural de París, estrenado después de la Revolución francesa, pero Cuvier adquirió poder hasta convertirse en su director. Y no ahorró esfuerzos para hundir a su antiguo compañero. Lamarck tuvo que vender su valioso herbario para poder sobrevivir y acabó enterrado en una fosa común. «Tras su muerte, sus ideas recobraron importancia y a principios del siglo XX era incluso más popular que Darwin», subraya Camós. Pero volvieron a hundirse con el triunfo de la genética, que parecía demostrar que todos los caracteres son innatos.
Sin embargo, en los últimos años se han acumulado sorprendentes evidencias. Un estudio iniciado durante la hambruna que golpeó Holanda en la segunda guerra mundial ha detectado secuelas no solo en los niños que fueron concebidos por las madres hambrientas, sino también en sus nietos: un ejemplo de factores ambientales que se habrían heredado.

FACTOR DIETA / «La investigación más impactante ha sido la de los ratones agouti», explica Manuel Esteller, investigador del Institut Català d’Oncologia (ICO) y del Institut d’Investigació Biomèdica de Bellvitge (Idibell) y experto en epigenética, una de las disciplinas que más ha contribuido a la recuperación del lamarckismo. En el 2003, un equipo norteamericano produjo ratones con genomas idénticos de madres alimentadas con dietas distintas. Las ratas que habían comido folatos dieron a luz hijos marrones y delgados, mientras que los otros eran gordos y amarillentos. Además, estas características se mantuvieron en generaciones siguientes.
«En este caso no se han inducido modificaciones en los genes, que determinan los caracteres innatos y susceptibles de ser heredados --prosigue Esteller--, sino cambios en el ambiente o en el comportamiento, que igualmente se han transmitido». En los últimos años, los investigadores han visto que estos cambios afectan al epigenoma, es decir, al conjunto de moléculas colocadas encima del genoma que regulan cómo se expresan los genes. Debido a la acción del epigenoma, genomas iguales pueden originar organismos distintos.

¿HEREDAR LA MUSCULACIÓN? / La novedad más importante es que, además del genoma, también parte del epigenoma se puede transmitir a los hijos. Sin embargo, eso no quiere decir que los hijos de personas muy musculadas tengan que nacer automáticamente musculados. «No todos los caracteres adquiridos son transmisibles», alerta Esteller. «Es probable que solo lo sean los que están inscritos en las células germinales».
Este descubrimiento podría modificar la historia de la evolución. Por ejemplo, explicaría por qué el genoma de los humanos es tan parecido al de los primates: las diferencias reales estarían en el epigenoma. «Sin embargo, el principio darwiniano de la selección natural seguiría siendo válido», subraya Esteller. «Sencillamente, ya no se aplicaría solo a la secuencia de los genes, sino también a las modificaciones epigenéticas».


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