sábado, 4 de julio de 2009

Bioética y aborto

Es evidente que, del mismo modo que no existe un acuerdo generalizado sobre los distintos aspectos éticos de la existencia del hombre, tampoco lo hay en lo relativo a la ética sobre biología humana. Algo tan elemental como la concepción, nacimiento, salud y muerte de la persona no encuentra un concierto total entre nosotros.

Hay una mayoría que admite el no matar pero, a la hora de la verdad, comienzan las excepciones que imposibilitan un arreglo en este tema entre las diversas visiones de la persona.

Tampoco hay conformidad en el asunto de la pena de muerte. Sin embargo, no deja de ser sorprendente que muchos contrarios a esta práctica sean partidarios del aborto. Quizá se explica con la idea de que nadie es dueño de la vida de otro —aunque sea un criminal condenado— pero no deja de ser contradictorio con la aceptación del aborto, que supone una especie de propiedad sobre otra vida absolutamente diferente a la de la madre gestante. No tiene mucho sentido aferrarse a la vieja idea de que mi cuerpo es mío, porque el embrión es otro ser distinto de la madre de modo científicamente claro.

Con ocasión del proyecto de nueva ley del aborto, se ha hablado mucho de lo que dice la ciencia sobre el comienzo y la viabilidad de una nueva vida humana. Se ha dicho que no se abortará después de la semana veintidós de embarazo, porque la ciencia explica que, a partir de ese momento, el feto es ya viable fuera de la madre. Y es cierto pero, ¿no lo es también que antes de ese tiempo es ya vida viable en el seno de la madre? ¿No es verdad que la mayoría de la comunidad científica considera que hay vida desde que se produce la unión del óvulo y el espermatozoide?

También es indiscutible que, en las dos últimas décadas, algunos han puesto en duda que el embrión sea, desde el primer momento de su concepción, un individuo de la especie humana. En este sentido, el debate ético —que no es una cuestión religiosa— se situaría ahí.

Algunos pensarían que el embrión inicial no es más que «un conjunto de células envueltas en la zona pelúcida». Sin embargo, muchos aseguran que, por una serie de datos embriológicos, se puede afirmar que desde la fecundación existe un individuo de la especie humana.

Lo justifican hablando de una novedad biológica, pues ahí está un ser biológicamente irrepetible, con una carga genética singular; una individualidad biológica, es decir, un todo compuesto de partes organizadas, con el genoma como centro organizador; una clara continuidad desde ese momento hasta la muerte, un individuo que se irá desarrollando de modo continuo; goza también de autonomía desde el principio al final, pues la información para dirigir sus procesos viene del mismo genoma; tiene la especificidad del homo sapiens desde el primer momento, observable en su cariotipo; posee una historicidad o biografía, en el sentido de que todo viviente es lo que ha sido hasta ese momento y lo que será después.

Como es obvio, lo citado en el párrafo anterior no es mi ciencia, sino que en este caso concreto pertenece al profesor Javier Vega.

Es cierto también que sería necesario responder a algunas posibles objeciones, pero no lo haré, y no porque no existan respuestas, sino por falta de conocimientos y de espacio. Sin embargo, una posible solución a algunas de esas objeciones (el embrión no es persona, no aparece hasta el día catorce el sistema nervioso central, etc.), la ofrecen también el doctor Vega: en la duda sincera de que aquello sea un embrión humano, debería ser respetado por la seriedad de lo que nos estamos jugando.

Del mismo modo que el Derecho Penal establece que in dubio pro reo, o en el Derecho Laboral se afirma que in dubio pro operario, aquí tendría sentido establecer: en la duda, hay que estar por el embrión. Eso es lo que ha hecho siempre la Iglesia Católica, respetar la vida; pero no es un tema católico ni de partido político, ni retrógrado ni progresista. Se trata de amar la vida naciente sin necesidad de ser insensible al dolor de algunas personas.

Pero tampoco se puede olvidar que, aparte de la muerte del nasciturus, queda el impacto psicológico y moral en la mujer, del que apenas se le advierte

viernes, 22 de mayo de 2009
Pablo Cabellos Llorente

Levante-Emv