sábado, 18 de abril de 2009

Reflexiones de bioetica medica.1

Autor: Dr. Guillermo José María Moronell | Publicado: 6/03/2009 | Etica, Bioetica. Etica medica. Etica en Enfermeria |

Reflexiones de bioetica medica.1


Dr. Guillermo J.M. Moronell. Moronell & Asoc. – Abogados

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Mucho es lo que se ha escrito en relación al tema, aunque el mismo podríamos decir que es relativamente nuevo al haber atravesado las pautas históricas que en definitiva cambiaron en la base la relación médico-paciente a través de la democratización del ejercicio de la medicina, concepto sobre el que volveremos.



El juramento hipocrático que dio fundamento al ejercicio profesional médico y estableció las pautas éticas que se volcaron en el Código de la materia, nació en una Grecia que tenía un concepto muy distinto de la sociedad, desconociendo en absoluto lo que era la democracia y la igualdad de los seres humanos. Las clases sociales llevaron a considerar a los esclavos como seres (no personas) sin derechos, sometidos a lo que se consideraba dura vida del trabajo en pro de las artes creativas que llevaban a cabo quienes sí eran consideradas personas. Claro que no todo trabajo era esclavizante, pues el artesanal o todo aquel que supusiera una actividad intelectual para su logro era considerado digno de una persona libre y con derechos. Cada casta tenía los suyos.



¿Una sociedad injusta? Más bien una sociedad antigua. No sería correcto practicar revisionismo alterando el escenario en el que la excelsa cultura griega se desarrolló. Así como repelemos el hecho de que no todos los seres humanos gozaran de derechos, al menos los mínimos, admiramos la cultura de la filosofía, la armonía en el arte, la escultura, la arquitectura, la dialéctica, la astronomía, etc., legados que quedaron en poder de la humanidad para su servicio y progreso.



Hablar de Grecia es hablar de Platón, el gran filósofo autor del Mundo de las Ideas, obra clave para que se justificaran los distintos derechos y aún la falta de ellos, y plataforma para la cristianización de sus teorías.

Las ideas estaban allí, por encima de los hombres, de todos los hombres, aunque algunos estaban más cerca de captarlas o interpretarlas, y cuanto más cerca más privilegiados. Era toda una excelsa obra interpretar las Ideas, tarea reservada solo para los sabios, y fundamentalmente para los monarcas. El rey era el intérprete de las Ideas, el nexo entre ese mundo invisible y apetecible, y la sociedad de hombres con derechos. Los esclavos solo aceptaban las voluntades de sus amos sin derecho a nada.



Quienes ejercían profesiones eran hombres libres y como tales, ostentaban sus derechos con altivez. Había profesiones más importantes que otras, y justamente la mayor o menor importancia era la que determinaba el poder de estas gentes sobre sus atendidos. De todos modos, era un principio rector que nadie podía discutir con el profesional sino era un par por un problema de falta de conocimientos acordes. Ello significa que los profesionales decidían y los demás aceptaban. Incluso los monarcas acataban las decisiones de los médicos, por ejemplo, porque además estos eran guiados por el mundo de las Ideas, que equivale a decir por Dioses o Dios.



Evitando las figuras del rey y de los sabios, los profesionales más destacados eran los médicos y filósofos, unos básicamente prácticos y los últimos esencialmente contemplativos, pensadores, intérpretes de la realidad que vivían y que querían vivir por convicción e imposición.



Así pues, si estamos ante una sociedad que reconoce y desconoce derechos, que no acepta la discusión con quien es un especialista sino es otro especialista, entonces hablamos de predominios de unos sobre otros. Y en ese predominio (no menciono a los esclavos porque eran cosas propiedad de alguien), los médicos, que justamente se dedicaban a la más noble de las tareas: salvar vidas, fueron considerados prácticamente intocables. No revistieron este carácter frente a los monarcas que si bien se servían de ellos para vivir o estar mejor, también encontraron en éstos a culpables de algunos males y de muertes que no podían explicarse. Pero claro, el Monarca no explicaba, solo decidía sobre todos y sin excepciones. Para el resto de la sociedad era diferente, los médicos eran verdaderos salvadores, aunque normalmente sus métodos de curación fueran dolorosos y sanguinarios como es fácil entender. El juramento hipocrático les imponía salvar vidas como primera obligación y así lo tomaron, sin importar los métodos ni ser juzgados por el empleo de los mismos. Solo importaba el fin del juramento.



Grecia pasó, si puede decirse así, dejándonos una civilización de la que hemos tomado muchos legados: ciencias, arte, etc., y hasta su concepción de un mundo de Ideas fue tomado por el cristianismo para, de la mano de Aristóteles en forma primitiva, San Agustín y Santo Tomás de Aquino luego, ubicar el concepto de un Dios único, invisible y todopoderoso, sabio, justo y bueno.



En rigor de verdad, con la llegada del cristianismo la sociedad cambió su concepción del hombre, ya que eran todos libres e iguales en condición y derechos por ser hijos de un mismo padre Dios, pero el analfabetismo era muy grande, el mundo pequeño, y aquella supremacía de los que más sabían sobre los otros continuó. En las sociedades no cristianas sucedía lo mismo aunque la valoración del ser humano estuviera quizás escalones más abajo como sucedía en la Roma expandida y tambaleante que sintió nacer a Jesús y al cristianismo.



Cuando el emperador Constantino proclamó al cristianismo como religión oficial del Imperio hacia el siglo IV de nuestra era, el mundo se estaba transformando, la religión había avanzado y quizás lo del emperador haya sido un reconocimiento a la realidad que lo rodeaba o un modo de protegerse y ganar los favores de ese Dios que nadie veía pero que ganaba voluntades aún a costa de martirios.



El cristianismo democratizó al hombre, al menos declaró a todos igual, y atendiendo a la gran difusión que la religión tuvo, se extendió el concepto. Pero, como ya dijimos, la falta de cultura de lo que podemos denominar pueblo, era un agujero en la sociedad, un bache por donde se filtraba la supremacía de unos sobre otros. Y en esa supremacía reinante, el médico continuó siendo casi un intocable.



La historia pasará por mil etapas que no es preciso desarrollar en este breve trabajo, pero hasta las primeras revoluciones en pro de los derechos de los hombres, que se llevaron a cabo hacia fines del siglo XVIII, en Inglaterra, Estados Unidos de Norteamérica y sobretodo, en Francia con su Revolución de 1789, habrá un concepto en la relación del médico con el paciente de verdadero paternalismo absolutista como refieren algunos autores españoles en excelentes trabajos cortos pero sumamente enriquecedores. Es la misma supremacía que se impone en todos los siglos de la Edad Media en otros ámbitos, como el religioso, es una supremacía intolerante a las ideas distintas, pero más por falta de ellas que por enfrentamientos ideológicos.

En definitiva, las tendencias responden a realidades y la historia es un constante devenir, un movimiento permanente que ha atravesado por distintas etapas para ir encontrando un lugar para todos los hombres, sobretodo alimentado, a modo de reacción, contra ese absolutismo que sumía la voluntad del uno en el otro.

Esta relación médico-paciente, reflejo de la misma realidad de hemos descrito antes, poco a poco fue perdiendo terreno, aunque es hacia mediados del siglo XX cuando las pautas serán reeditadas y popularizadas. ¿Qué pautas? La única que limita el accionar médico: la autonomía de la voluntad del paciente, es decir, su derecho a decidir sobre su cuerpo y su vida.



Y así como hubo de ponerse frenos al absolutismo galeno, así hoy se lucha también para evitar el absolutismo de la autodeterminación, porque hay un brutal y a la vez sutil choque entre esos derechos de los pacientes y las obligaciones de curar y salvar vidas de los médicos. Las situaciones pueden ser innúmeras, y trataremos de ir analizando al menos las más evidentes a lo largo de las líneas siguientes.





LA LLEGADA DEL CONCEPTO DE AUTONOMÍA DEL PACIENTE.



De aquella sumisión extrema, hemos viajado rápidamente en el tiempo para llegar al momento en que comienza a vislumbrarse el derecho irrenunciable del paciente a su autonomía. Médico y paciente son ahora dos sujetos y no uno sumergido en la voluntad del otro.



El absolutismo ha dado lugar a la democratización del ejercicio profesional médico. Es como que el Código de Ética ha sido releído y aggiornado. No solo la Ética médica contempla lo que el médico debe y no debe hacer por su profesión, sino que ahora supone lo que puede hacer y no hacer por los derechos de los pacientes a su autonomía y autodeterminación, cuestión que plantea una casuística enorme que debe resolverse en el momento justo. Pero de todos modos arroja principios más elásticos y pluralistas que los originales.



Cuando las sociedades conquistaron la igualdad de los derechos aunque al principio fuera solo una declaración de principios, la misma llegó al paciente y el freno fue comprendido e impuesto al médico. Ahora ambos tienen derechos y obligaciones mientras la historia sigue girando en busca de nuevos equilibrios y conquistas, que básicamente se refiere al perfeccionamiento de los triunfos democráticos de las revoluciones sociales mencionadas. De un lado al otro, del absolutismo a la permisividad, de la prohibición a la tolerancia extrema, pero inconscientemente buscando un equilibrio