sábado, 25 de abril de 2009

Vida con sentido: Tolkien corrigió a Darwin y se anticipó a la ciencia


La evolución ha cambiado nuestra manera de pensar, y Charles Darwin no quería que las cosas fuesen así. El pensador británico trató de explicar, con los limitados medios del siglo XIX, las relaciones entre las diferentes especies. Conforme a una ideología muy propia de su época trató de dar un sentido utilitario a los cambios biológicos. Sólo más tarde se han demostrado alunas partes de su teoría, entre las que en todo caso no están ni la causa eficiente de la evolución ni el sentido de las cosas. En un libro reciente Carlos Castrodeza explica cómo el evolucionismo se ha extendido como imposición a todas las ramas del saber en los últimos cien años, mientras que por su parte el equipo de bioquímicos del profesor Esteban Santiago señala el rumbo futuro y las puertas abiertas de la investigación evolutiva en sí misma. Dando desde los laboratorios una confirmación de una intuición genial de J.R.R. Tolkien.

El evolucionismo como moda intelectual

Carlos Castrodeza, profesor titular de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Complutense de Madrid, ha querido publicar en el segundo centenario del nacimiento de Charles Darwin un balance de toda una vida intelectual dedicada al biólogo británico. Herder incluye en su catálogo La darwinización del mundo, que en realidad prosigue una tarea ya iniciada diez años antes con Razón biológica: la base evolucionista del pensamiento (1999). Castrodeza ha investigado cómo el evolucionismo se ha convertido en el molde intelectual que ciencias muy distantes de la biología han terminado asumiendo como propio, con razón o sin ella. Es muy notable contemplar cómo el darwinismo ha cambiado muchas más cosas que nuestra comprensión de las especies animales y vegetales.

Castrodeza no está solo en su tarea. A finales de los años 90 del siglo XX la London School of Economics lanzó una colección de libros divulgativos de sus Darwin Seminars, donde Colin Tudge aplicó el darwinismo a la agricultura, Meter Singer a la política, M. Daly y M. Wilson a la paternidad y la maternidad, John Maynard Smith a la manipulación genética, K. Browne a la división del trabajo entre hombres y mujeres y L. Cosimides y J. Toby a la psicología, por ejemplo. Posteriormente Crítica editó una serie bajo el título de "Darwinismo hoy". Castrodeza cree que "el darwinismo biologiza la realidad en todas sus dimensiones posibles" .

El proceso por el que esto ha sido posible es uno de los más curiosos. Charles Darwin explicó según una teoría no del todo suya, no del todo defendida por él y no del todo asentada un determinado origen evolutivo para la variabilidad de las especies biológicas. Posteriormente algunas de sus afirmaciones encontraron respaldo razonable, y otras hicieron aguas. Independientemente de eso el darwinismo y el evolucionismo se extendieron como moda a ciencias cada vez más lejanas de la biología, hasta llegar a formar un auténtico filón filosófico, algo en todo caso bien distinto de las intenciones del mismo Darwin. Distintas formas de materialismo a lo largo de siglo y medio han encontrado armamento intelectual en el evolucionismo, y de este modo distintas formas de liberalismo, de racismo, de nacionalismo y también de marxismo se han querido "darwinistas" .

Lo que para Herder es un filón editorial, con la publicación de estudios novedosos y como éste sugestivos para el gran público, es a la vez un drama colectivo para los intelectuales occidentales. Un prejuicio, el evolucionismo, ha impedido en unos casos y condicionado en otros el normal desarrollo de las ciencias. Lo que era en principio sólo una opción para sólo una parte de la biología ha invadido la biología, la filosofía, la estética, la ética, la política, la religión y la física. El principio de selección natural, y de predominio del fuerte sobre el débil, no es un hecho biológico, sino más bien un prejuicio metafísico de Darwin y de su visión del mundo, lo que explicaría la facilidad con la que ese mismo prejuicio se ha podido extender a otros campos: no asistimos a la extensión a título de moda de una conquista de la ciencia biológica, sino del contagio a otras ciencias de un apriorismo tan ajeno originalmente a la biología como a sus hermanas … y a sus primas.

Castrodeza tiene la sutileza de describir este proceso sin aburrir y sin escandalizarse. Al fin y al cabo, ya Étienne Gilson se había fijado en el biologismo sustancialmente prejudicial de algunas escuelas filosóficas (De Aristóteles a Darwin y vuelta: ensayo sobre algunas constantes de la biofilosofía, Eunsa, Pamplona, 1976, reedición 1988), pero lo que Castrodeza nos ofrece aquí es un retrato mucho más avanzado de una descomposición intelectual, irracional, que sólo por costumbre insistimos en considerar materia de ciencia y no de fe.

La ciencia pide ahora un orden que el darwinismo no dio

El profesor Esteban Santiago Calvo trabaja junto a su equipo de colaboradores en Bioquímica en la Universidad de Navarra desde hace más de treinta años. Es, pues, un científico. Es, también, un católico. ¿Es un evolucionista? Si por tal se entiende la aceptación acrítica de la vulgata evolucionista, en la biología y como Castrodeza denuncia en todas las ramas del saber, no. Si se entiende el evolucionismo como una teoría explicativa de la diversidad de la vida, de su origen y de sus variadas formas, sin duda lo es. Lo es, pero razonada y justificadamente.

Dos libros muy recientes de Eunsa ponen los puntos sobre las íes en cuanto a qué se sabe y qué se va a saber tanto de la evolución biológica en general como de la humana en particular. El texto sobre la evolución humana es obra de Natalia López Moratalla, que colabora también en el primero (La dinámica de la evolución biológica. Más con más. EUNSA, Barañáin, 2009. 372 pp. 24 €) junto a Santiago.

Cuando hace siglo y medio Darwin lanzó su idea de evolución creyó no sólo que unas formas de vida proceden de otras –por evolución- sino que ese camino estaba marcado por la selección natural utilitaria: las mutaciones más adaptadas al medio triunfaban y terminaban dando lugar a nuevas especies. Darwin quiso buscar las pruebas no sólo de la evolución sino de su camino utilitario-causal tanto en las zonas biológicamente aisladas del mundo como sobre todo en el registro fósil. Aun hoy en día se enseñan en muchas escuelas los argumentos de algunos darwinistas radicales, que se saben positivamente falaces.

Santiago explica en su libro cómo la comprobación de la evolución tiene hoy un información infinitamente más fecunda que el registro fósil: el estudio del genoma de los seres vivos proporciona una cantidad inmensa de información genética y epigenética. La investigación permite conocer ya no sólo datos antes impensables sobre el origen de cada ser vivo, sino que se abre cada vez más a las relaciones verticales y horizontales entre especies. Ya no sólo sabemos cosas sobre la evolución de la vida sobre la tierra, sino que podemos remontarnos hasta su mismo origen, utilizando conjuntamente las armas de todas las ciencias positivas.

La Nueva Biología confirma que efectivamente los seres vivos, pero demuestra a la vez que la respuesta a las causas primeras y últimas de la evolución –por qué la vida, por qué así, por qué con este recorrido, hacia dónde- se encuentra más allá de la biología y de la bioquímica propiamente dichas. Darwin puso en marcha una revolución científica a la que el libro de Eunsa toma el pulso, y que efectivamente ha cambiado nuestra manera de entender el mundo, como Castrodeza explica, incluso sin haber completado su tarea propia. La variabilidad de lo vivo, del material genético y del material embrionario, tiene un orden, una armonía y un sentido que trasciende las idas y venidas de las proteínas. Santiago no entra en consideraciones filosóficas, pero concluye señalando que el orden de lo vivo tiene la coherencia y la belleza de una composición musical. Y es curioso ver cómo, muchas décadas antes, el profesor J.R.R. Tolkien ya había utilizado la idea de una sinfonía de lo creado como explicación comprensible de la vida, de sus contradicciones y de su diversidad. Y es que la evolución tiene aún mucho que explicar, pero sólo dentro de su propio campo, más allá del cual requiere un sentido que el mero azar o la simplificación materialista no pueden darle.

24 de abril de 2009

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