sábado, 11 de abril de 2009

La Creación como kénosis, nueva perspectiva teológica

John Polkinghorne al encuentro entre ciencia y religiones


La idea de un Dios que impone su presencia en el mundo y que exige ser reconocido, de tal manera que no hacerlo supone contravenir las leyes del orden creado en el universo, fue propia de gran parte de la filosofía y teología teocéntrica cristiana, vigente en los últimos siglos. Hoy en día, sin embargo, comienza a abrirse camino una forma distinta de entender la presencia divina en el mundo. Dios no ha querido imponerse, sino que ha aceptado la kénosis de sí mismo en la Creación, creando un universo ambiguo en que el hombre deberá construir su vida libre y creativamente. El libro “La obra del amor. La creación como kénosis”, coordinado por John Polkinghorne, recoge las opiniones de un grupo de teólogos y científicos sobre esta nueva perspectiva. Por Leandro Sequeiros.



En octubre del año 1998, un grupo de teólogos y de científicos se reunieron en el Queens´s College de Cambridge, bajo los auspicios de la Fundación Templeton para discutir las intuiciones proporcionadas por un enfoque kenótico de la creación. Entendían ésta como producida por la acción del Dios del amor. La reunión se inspiró inicialmente en los escritos de Jürgen Moltmann y W. H. Vanstone, y ambos especialistas pudieron tomar parte en los debates. Se acordó desarrollar más el tema preparando la serie de ensayos que constituyen la parte sustancial del libro coordinado por John Polkinghorne, La obra del amor. La creación como kénosis.

El punto de partida de este ensayo es la aceptación de que el diseño del universo es kenótico. Este concepto no es nuevo. Aparece ya en la teología de Urs von Balthasar, pero en estos años se ha extendido y difundido en el mundo anglosajón. Esta expresión está empezando a formar parte de las elaboraciones teológicas modernas. ¿Qué quiere expresar? ¿Qué imagen de Dios refleja esta teología? ¿Qué consecuencias tiene para el diálogo con los científicos? La reciente publicación en castellano de este excelente ensayo teológico [Editorial Verbo Divino, Estella, 2008 (traducción de la edición inglesa de 2001), 287 páginas] abre nuevos espacios para las tendencias de las religiones.

John Polkinghorne y la kénosis

La teologia de la ciencia es un concepto emergente. John Polkinghorne es un físico y teólogo conocido por todos aquellos que muestran interés por el diálogo entre las ciencias y las religiones. Su obra más conocida es La fe de un Físico. Siendo un prestigioso profesor universitario de Física de partículas, optó por dejar la cátedra, estudiar teología y ordenarse sacerdote en la iglesia anglicana. Desde entonces, ha sido uno de los más eficaces dinamizadores del encuentro fe-ciencia. Como apunta el profesor Manuel García Doncel en la presentación de la edición española de La obra del amor. La creación como kénosis, “esta obra de 2001 constituye una grandiosa colaboración sobre el tema de actualidad “la creación como kénosis”. Este concepto ha surgido de su concepción cristológica, bíblicamente fundada en el himno prepaulino (Filipenses 2, 6-11), tradicionalmente aplicado a la encarnación, en el que se canta a Cristo que en su amor redentor, siendo de condición divina, “se despojó de sí mismo” (en griego heautón ekénosen: literalmente, “se autovació”, “se autoanonadó”) tomando condición de esclavo y haciéndose obediente hasta la muerte. Para el profesor Javier Monserrat, Dios no ha “impuesto” su presencia ante la razón humana. Es decir, ha escogido en la creación la vía de su ocultamiento, del “vaciamiento” o “anonadamiento” de su presencia divina. La kénosis divina es, pues, epistemológica. En este concepto se fundamenta la nueva “teología de la ciencia”.

Los once capítulos del libro corresponden a otras tantas colaboraciones especialmente invitadas. Cinco de ellos han sido distinguidos con el Premio Templeton, por su activa participación en el diálogo entre la teología y las ciencias, y especialmente por sus reflexiones sobre la acción divina en el mundo (Ian G. Barbour [en 1999], Arthur Peacocke [en 2001], Holmes Rolston III [en 2003], George Ellis [en 2004] y el mismo John Polkinghorne [en 2002]). A ellos se añaden, entre otros, tres de los creadores históricos de esa tercera concepción de la kénosis, el propio Jürgen Moltmann y su colaborador teológico en Tubinga, Michael Welter, y Paul S. Fiddes, que tras acudir allí como visitante redactó su defensa del “sufrimiento creativo de Dios”.

Las raíces de la Teología kenótica

Las raíces de una elaboración teológica de la kénosis se nutren de las concepciones trinitarias de Urs von Balthasar (1905-1988). Para von Balthasar, la kénosis del “dejar espacio al otro” es la condición básica de todo amor, y en especial del eterno amor interpersonal divino. Desde otra perspectiva, a partir de la obra sobre El Dios Crucificado (Jürgen Moltmann, 1972), se elaboró otra concepción de la kénosis del Creador Trinitario que, por amor a los seres personales creados, decide tolerar el pecado y admitir ciertas limitaciones en su omnipotencia, en su eternidad (haciéndose también temporal), y aun quizá en su omnisciencia y en su modo de actuar sobre la creación. Este último concepto de kénosis, que es el central de la obra, supone un cambio drástico en la idea misma de Dios, que admita su sufrimiento y, por tanto, su mutabilidad.

El poder divino: un enfoque procesual (Ian G. Barbour)

El profesor Ian G. Barbour desarrolla el concepto teológico de autolimitación de Dios como kénosis. Para este prestigioso físico y teólogo, apoyándose en la teología del proceso sugiere que la crítica a la omnipotencia divina ofrece una forma característica de tratar cinco temas muy importantes de la teología kenótica: la integridad de la naturaleza; el problema del mal y del sufrimiento; la realidad de la libertad humana; la interpretación cristiana de la cruz; y las críticas feministas de las imágenes patriarcales de Dios. En suma: el pensamiento procesual abre un camino entre la omnipotencia y la impotencia, reelaborando el concepto del poder divino como potenciación habilitadora más que como control dominador.

Arthur Peacocke: el coste de la nueva vida

El bioquímico y teólogo Arthur Peacocke (1924-2006), afirma que “admitir que Dios, en el acto de la creación, pueda concebirse como autosacrificándose y autolimitándose, como exponiendo de algún modo la divinidad misma al sufrimiento y haciéndose por tanto vulnerable a la historia del orden creado, no se puede justificar sin hacer referencia al carácter evolutivo del proceso real de la creación”. Esta sugerencia se refuerza, e incluso se manifiesta como revelada – o sea, comunicada por Dios – si Dios se ha expresado verdaderamente a sí mismo en Jesucristo. Pues mientras éste vivió en la tierra fue muy vulnerable a los poderes que se agitaban a su alrededor, bajo los cuales acabó sucumbiendo con terrible sufrimiento y, desde su punto de vista humano, en el abandono de una muerte trágica.

Creer que Jesucristo –concluye- es la autoexpresión de Dios en los límites de una naturaleza humana concuerda del todo con aquellas concepciones, previamente derivadas por tanteos de la reflexión sobre el ser y el devenir naturales, que afirman que Dios, al ejercer la creatividad divina, se autolimita, es vulnerable, se autovacía y es donador de sí mismo (…) Es esta acción y expresión del Amor, creemos, la que finalmente vence al mal en la humanidad.

Kénosis, naturaleza y persona humana

Para Holmes Rolston III, la ciencia y la religión deben reconciliarse con la naturaleza. Rolston defiende que la religión debe “naturalizarse” en el sentido de que debe volver a la experiencia “sacral” de la naturaleza. Toda experiencia religiosa es para Rolston una experiencia numinosa de la naturaleza. Esta experiencia puede explicar el origen prehistórico de la religión y, por tanto, es la forma que lo religioso ha ido tomando en nuestros genes (y que está en línea con los resultados empíricos actuales sobre la existencia del hoy llamado “cerebro místico”).

“Se debe llegar a una religión naturalizada, - escribe- no tanto en el sentido de explicarla naturalísticamente, cuanto en el de explicar el encuentro numinoso con una naturaleza manifiesta. La biología genera religión: el fenómeno de la vida evoca una respuesta religiosa, entre o no en cuestión una presencia funcional de la sociedad humana …”. Y añade: “La naturaleza es el primer misterio que se encuentra; la sociedad viene después, mucho después, según lo que sabemos por la historia evolutiva” (Genes, Genesis and God University Press, 1999, 292). Como seres humanos con mente (mind) estamos aquí y necesitamos por ello el recuento unificado de la historia de la Tierra que nos ha llevado hasta aquí.

“El mundo secular aspira a dirigir la naturaleza –concluye en su capítulo de La obra del amor – a reducirla a recursos humanos, y planifica una tecnología y una industria con las que lograr tal fin en nuestro siglo XXI y nuestro tercer milenio. Pero, con tamaña aspiración, lo único que los humanos hacen es intensificar sus herederos apetitos de autorrealizarse, tentados hoy a autoengrandecerse en proporciones jamás posibles antes (….) La oportunidad actual del cristianismo consiste en limitar ese desproporcionado engrandecimiento humano y velar por el bien de los cinco millones de otras especies de seres vivos que también habitan la Tierra. Tal kénosis es una exigencia cristiana para nuestro tercer milenio”.

Por su parte, Malcolm Jeeves, profesor de psicología y neurólogo, parte de la afirmación de Moltmann de que un aspecto clave de la kénosis, el de darse uno a sí mismo, es “la naturaleza trinitaria de Dios, y por tanto, la marca de todas sus obras”. Hoy día, aspectos de la conducta de autodonación y autosacrificio están siendo muy estudiados y debatidos por los biólogos, los psicólogos y los neurólogos evolucionistas”. Concluye que hemos de ver la kénosis como una clave para comprender un aspecto de la naturaleza profunda de la creación, contemplando la emergencia de la kénosis en el mundo biológico del que nosotros, creaturas de Dios, formamos parte. Hemos de recordar que seguimos creyendo que Cristo era más que humano “por las señales que a lo largo de los siglos han sido aducidas como prueba de que en Él se combinaron la divinidad y la humanidad”.

Creación kenótica: unificación de vida y cosmología

El núcleo central de La obra del amor lo constituyen los capítulos de John Polkinghorne y George Ellis. Para el primero, toda dicotomía entre creación y redención comporta riesgos teológicos, que aumentan cuando se la fuerza a una correlación con diferentes atributos divinos. “El acto de crear, - escribe- de dar existencia a un mundo y mantenerlo en su ser, es a todas luces un acto de gran poder, al que no son comparables los exiguos poderes de las creaturas. En el discurso teológico, sólo Dios puede dar la respuesta a la famosa pregunta: ¿Por qué hay algo más bien que nada?”

Polkinghorne desarrolla sus ideas considerando que es necesario apelar al amor divino para entender lo que es la creación: ésta existe porque Dios le da una vida y un valor extrínsecos. Pero la necesidad de hacer justicia a la vez al amor divino kenótico y al poder divino providencial forma parte claramente de una tensión teológica. La insistencia en el amor divino se percibe tras la figura, trazada por la teología del proceso, de un Dios que, en conmovedora frase de A. N. Whitehead, es “el compañero de sufrimientos que comprende” y que sólo actúa mediante el poder de la persuasión. Pero, ¿podría ser el Dios de Whitehead el Dios Único que resucitó a Jesús?

“Una gran parte del creativo pensamiento teológico de la segunda mitad del siglo XX –escribe Polkinghorne – se ha ocupado de reexaminar estas cuestiones (…) El reconocimiento científico del carácter evolutivo del universo ha animado a los teólogos a reconocer la presencia de Dios inmanente en la creación y la necesidad de complementar el concepto de creatio ex nihilo con un concepto de creatio continua. Así, el de la creación continua ha sido un tema importante en los escritos de los científicos-teólogos. Y sus implicaciones teológicas son muchas e importantes”.

Y finaliza: “A ningún autor serio que escriba sobre la acción divina se le pasará por alto la desmedida arrogancia que supone mostrarse como interlocutor y confidente del Creador en sus actos de creación. Toda teología es, en un sentido obvio, “teología humilde”, pues confesamos nuestra limitación e ignorancia ante el Misterio divino. Jamás podremos coger al Infinito entre las mallas de nuestra red racional. Sin embargo, creo que sabemos lo bastante para decir que Dios es verdaderamente amoroso, y que cuida no sólo de la creación en general, sino de todas y cada una de las criaturas en particular (…) La teología kenótica es inevitablemente teología paradójica, puesto que se basa en el concepto de la humildad de Dios”.

Para Ellis, el universo está diseñado para la ambigüedad. El mal físico es una consecuencia de este mundo autónomo que se hace a sí mismo evolutivamente. El mal moral de la acción humana tampoco debía ser restringido en un diseño providente para la libertad incondicionada del ser humano. El Dios oculto no está absolutamente oculto, ya que el universo está diseñado con un equilibrio entre ocultamiento y manifestación que hacen posible a los humanos acceder a Dios. El diseño del universo es, pues, kenótico: Dios ha renunciado a imponer su presencia para la libertad humana. Dios –escribe Ellis – ha elegido un amor incondicional y un camino sacrificial.

Dios ha sacrificado, ha anonadado, ha vaciado de contenido (kénosis) la imposición de su presencia en el mundo. Es la kénosis de Dios en la creación, en entera consonancia con la kénosis del Verbo (lógos) en Cristo, de que nos habla San Pablo en el himno de la carta a los de Filipos. Para Ellis, “la revelación kenótica dada por Cristo muestra la acción creativa de Dios en el mundo”.

La voluntad kenótica de Cristo, que manifiesta la kénosis fundamental del Dios creador, está manifiesta en la escena de las tentaciones en el desierto, en toda la vida de Cristo y en su muerte y resurrección. Situando su pensamiento en una constante línea de convergencias que a lo largo del siglo XX apuntan a entender la teología de la kénosis como una pieza esencial del pensamiento cristiano.

Pero un aspecto esencial para George Ellis es la traducción ética de este enfoque cosmológico-teológico de la kénosis. Así como, a través de la creación y el misterio de Cristo, Dios ha aceptado la kénosis de sí mismo a favor de la humanidad, así igualmente el comportamiento del cristiano debe ser entendido como una kénosis libre que acepta a Dios y se entrega en plenitud a los demás hombres en una solidaridad sacrificial que es un estado religioso que va más allá del puro altruismo.

La moral cristiana se funda así en una kénosis a la inversa por amor. Estos principios han sido aplicados por Ellis en su propia vida de compromiso político por los derechos humanos en Sudáfrica, como se refleja en sus publicaciones sobre esta temática, que le llevaron incluso a la persecución en la época del apartheid.

El amor kenótico como holografía de la realidad

En sucesivos capítulos de La obra del amor, se añaden tres de los creadores históricos de la concepción de kénosis como limitación de Dios: el propio Jürgen Moltmann, su colaborador teológico en Tubinga, Michael Welker, y Paul S. Fiddes que ahonda en el “sufrimiento creativo de Dios”. El cuadro se completa con el filósofo de la naturaleza Keith Ward y la representante de la teología femenina, Sarah Coakley. El canónigo W. H. Vanstone, que completaba el número de doce colaboradores, falleció durante la preparación de esta obra, por lo que le ha sido dedicada, y cada uno de los capítulos recoge un pensamiento de su librito clásico sobre el tema, Esfuerzo del amor, costo del amor (1977).


Leandro Sequeiros es Catedrático de Paleontología y Colaborador de la Cátedra CTR





tendencias21,Miércoles 25 Marzo 2009