domingo, 5 de abril de 2009

Los embriones ¿son personas?

Los embriones ¿son personas?
Un reciente fallo, que obliga a entregar los datos de identidad de los embriones congelados para futuros tratamientos de fertilización, abrió el debate. ¿Un embrión es ya una vida humana? ¿Puede ser manipulado? ¿Cuáles son los límites éticos y legales de la ciencia? Escriben un sacerdote católico, una especialista en bioética y el filósofo Gianni Vattimo.
HECTOR PAVON. Redacción Diario Clarin

En poco tiempo más se cumplirán veinte años de la primera fertilización in vitro exitosa realizada en la Argentina. Fue en 1986 cuando los mellizos Eliana y Pablo Delaporte llegaron al mundo gracias a la pericia de un equipo de médicos locales formados en los Estados Unidos, que hoy dirigen los principales institutos de fertilización en Buenos Aires.
Esto ocurrió ocho años después del nacimiento de Louise Brown, la primera "bebé de probeta", en Inglaterra. Fue un hecho que puso a los científicos argentinos en un sitial de prestigio internacional. Desde entonces, la ciencia local en materia de fertilización realizó avances notables en técnicas y en generación de embarazos asistidos.
La Fertilización In Vitro (FIV) se desarrolló y comenzó a ser utilizada sólo por parejas de clase alta a fines de los 80 debido a sus altos costos. Pero poco después esta posibilidad se extendió en estratos sociales medios a pesar de la negativa de la mayoría de las obras sociales y prepagas a costear los tratamientos. Después de pasar una etapa de cierta experimentación en la que se lograban embarazos múltiples numerosos (cuatro, cinco y hasta seis bebés) las técnicas de fertilización trabajaron en embarazos con menos riesgo de hasta tres bebés. De todos modos el realizar un tratamiento (cuyo costo hoy es de alrededor de 8 mil pesos) implica la "generación" de varios preembriones más allá de que sólo se utilicen dos en promedio para un primer intento de embarazo. Pero no son todos "transferidos", algunos de ellos van al útero materno y el resto se "guardan" en freezers, a 198 grados bajo cero, para su posterior transferencia o donación.
En todo el mundo los institutos de fertilidad guardan preembriones, óvulos y espermatozoides para su transferencia y fecundación. No hay cifras oficiales de cuántos preembriones conservan los diez institutos más importantes de Buenos Aires. Habría unos 1300 aunque se supone que son varios miles más. En forma simultánea, y acompañando un fenómeno mundial, crecieron las resistencias a los avances científicos por parte de sectores religiosos, especialmente de la Iglesia Católica y de personas vinculadas a organizaciones de "defensa de la familia". En los últimos meses surgió en nuestro país un capítulo más del enfrentamiento ciencia Vs. religión.
En mayo pasado algunos institutos hicieron llegar a sus pacientes una carta en la que explicaban que el abogado católico Ricardo Rabinovich había iniciado una causa civil que ordenaba a los institutos a entregar el número y la identificación de los preembriones congelados y a revelar la identidad de sus genitores. Si esto no ocurriera, decía la carta, se multaría a los institutos con dos mil pesos diarios hasta que presentaran la información.
Esta causa estaría cuestionando el derecho a la privacidad cuando se pide conocer quiénes son los procreadores. Todos los preembriones tienen un padre y una madre identificables, pero en el caso de los preembriones generados por donación anónima de óvulos y/o espermatozoides ¿es legítimo identificar a los donantes? Para Rabinovich, ni unos ni otros están protegidos por sus padres y por eso pidió ser nombrado tutor de todos ellos. "Yo no congelaría a mis hijos" dijo en una entrevista con el diario Clarín. Otro hecho ocurrido hace pocos días sumó elementos para la polémica. En Córdoba una mujer, con su pareja lesbiana, está embarazada de ocho meses a partir de una fecundación con esperma donado. La situación trajo más desconcierto y amplió la discusión sobre la utilización de los bancos de células.
"Hoy se aspira a la transparencia biológica", dice la psicoanalista francesa Elisabeth Roudinesco. La identidad "no se puede ocultar porque con los adelantos de la medicina y la biología todo el mundo quiere conocer su patrimonio genético y biológico", explica. La pregunta por el origen es vigente y necesaria en Occidente, todos desean saber de dónde vinieron. Pero es un deseo personal y del ámbito familiar no impuesto desde una esfera ajena a esa intimidad.
El artículo del Código Civil sobre el cual se regula la actividad científica en este área define a las personas como "las que no habiendo nacido están concebidas en el seno materno". Fue escrito por Dalmacio Vélez Sarfield a fines del siglo XIX. Desde entonces no ha habido una actualización del marco legal que acompañe el avance científico. Pero el debate está lejos de concluir. En todo el mundo la ciencia se enfrenta a los poderes religiosos y también políticos. Así ocurrió en la Italia de Berlusconi, donde se intentó prohibir la donación de óvulos y espermatozoides. En otros países ya se discute cuántos embriones está autorizado a transferir un médico al útero de su paciente.

La vida humana comienza cuando nace un objeto capaz de tener derechos y deberes
POR GIANNI VATTIMO. FILOSOFO.

¿El rabino jefe de una comunidad judía alemana habría defendido el derecho a la vida del embrión si hubiese sabido que ese embrión dado llegaría a ser Hitler? Sé que la pregunta es paradójica, pero no menos que la que nos hace quien nos pregunta si nos habría alegrado que nos arrojaran por la pileta cuando éramos embriones.
En ese momento, ni siquiera podíamos ser interpelados con ese propósito, si nos lo preguntan ahora, la cosa es justamente más o menos como en el caso del ejemplo de Hitler. Frente a Hitler, a Jack el Destripador, a los terroristas sanguinarios que nuestros gobiernos democráticos combaten de todas las maneras, no tendríamos dudas: mejor tirar a la basura sus embriones que afrontar las consecuencias de sus maldades.
A la espera de que algún descubrimiento de medicina predictivo-quiromántica nos ponga en condiciones de arrancar el mal "al nacer", debemos arriesgarnos a juzgar qué es mejor, o menos malo, en lo que se refiere al respeto de los derechos del embrión. Que sea una vida en potencia significa solamente que, mantenido en las condiciones necesarias a su desarrollo, podrá convertirse en un sujeto humano, capaz de elecciones y de actos morales o inmorales. ¿No será en ese punto donde podremos decir que comenzó su vida "humana"? A falta de criterios cronológicos absolutos, algunos (muchas autoridades religiosas, sobre todo) nos obligan de todos modos a respetar esa vida en potencia porque es la vida como tal, aunque sea en su forma todavía embrionaria, la que se respeta.
Otros, y me cuento entre ellos, aconsejan más bien asumir un concepto de vida que no sea tan puramente biológico, sino que esté más orientado a otros valores, más auténticos. Por ejemplo, con los: no tiene sentido una política demográfica que prohiba la contracepción en un mundo en el cual somos obviamente demasiados. No tiene sentido defender el derecho de cada concebido a la vida sin considerar cuáles son sus posibilidades concretas de tener una vida "digna de ser vivida". En el fondo, predicar la reproducción a toda costa significa apostar —cínicamente, nos parece— a la capacidad de la vida de auto-regularse; un poco como "la mano invisible del mercado", las epidemias, las enfermedades infantiles, las penurias siempre han aportado cierto equilibrio demográfico.
Pero hoy tenemos fármacos que "pueden llegar a" poner en peligro esa auto-regulación. También por esa razón, la vida, el nacer y el morir, son cada vez más una cuestión confiada a nuestras decisiones conscientes. Contra el derecho incondicional a la vida —que por otra parte tantas venerables instituciones, que hoy lo predican, han ultrajado tranquilamente en siglos anteriores, teorizando la guerra justa y la legalidad de la pena de muerte— hoy debería reivindicarse la vida en el derecho.
La vida humana, afirmaría más radicalmente, comienza cuando nace un objeto capaz de reivindicar derechos y cumplir deberes. Toda otra vida es humana solo en tanto y en cuanto está en una relación de "analogía" con ésta. Analogía de proporción (como en matemática, dos es a cuatro como cuatro es a ocho); también un niño pequeño sabe que no debe desagradar a su mamá y decide si roba o no la mermelada. Analogía de atribución (con salud y si tu color también es "sano"): se puede hablar también de los discapacitados, del feto, del mismo embrión, o de los moribundos en estadio terminal, en tanto estos derechos son reivindicados por otros sujetos, capaces en el sentido pleno de la palabra. Sé perfectamente que es una posición riesgosa, o por lo menos rica en dificultades, pero es siempre mejor que confiarse a un derecho "natural" que nunca es reconocido por todos o, peor aún, que pretende ser "científicamente" demostrado.
Quienes hoy afirman los derechos del embrión ¿tienen realmente derecho a defender esos derechos que ellos mismos atribuyen? Hegel sostenía incluso que, racionalmente hablando, el condenado tiene derecho a su pena. ¿Pero el condenado estaría de acuerdo?
Reconocer que quien habla de un derecho natural del embrión está haciendo un discurso ideológico, o sea ligado a un interés o en todo caso a un punto de vista parcial, no significa por sí mismo abolir el respeto a la vida humana: pero ante todo a la vida como la vivimos todos, no a esa capacidad de "crecer solo" que pertenece también a las células cancerosas. Yo puedo no creer de hecho en los argumentos de quienes ven el aborto o el uso experimental de los embriones como homicidio; pero respeto su derecho a sostener esas tesis y a conformarse prácticamente a ellas; es el sentido de la objeción de conciencia reconocida a los médicos que no quieren practicar abortos. Pero los defensores del embrión, ¿respetan igualmente la conciencia de médicos y científicos que sienten el deber de experimentar con las células madre para salvar la vida de tantos enfermos?
Como se ve, la asimetría está totalmente fundada en la pretensión ideológica de representar un derecho "natural" de alguien, o mejor, de algo, que no puede absolutamente reivindicarlo. Que se trata de una pretensión ideológica se ve por el hecho de que el derecho del embrión es reivindicado como absoluto, porque está fundado en la "naturaleza" de la vida. ¿Durante cuántos siglos, para atenernos a nuestra historia, la Iglesia católica luchó contra el divorcio civil, incluso de los no creyentes, en nombre del hecho de que el matrimonio "por naturaleza" era indisoluble?
No es casual que hoy, en tiempos en que, bien o mal, están vigentes instituciones democráticas, seamos también llamados a decidir sobre la vida y la muerte sin pretender confiarnos a la naturaleza y a sus derechos. Todo "naturalismo" es autoritario y antidemocrático, ya que si hay una verdad natural en política, no cuentan mayorías o minorías y tampoco, en general, la libertad. El sentido de la cuestión del embrión, y de tantas otras cuestiones de la bioética, es quizá justamente el de hacernos tomar conciencia de las dimensiones de nuestra libertad y, por consiguiente, de nuestras responsabilidades.

(c) La Stampa y Clarín.
Los embriones son vidas humanas y tienen identidad
POR ALBERTO G. BOCHATEY. DIRECTOR DEL INSTITUTO DE BIOETICA (UCA).

Las técnicas de reproducción asistida o artificial (TRA) nos ponen frente a uno de los paradigmas modernos más desafiantes sobre la vida, la ciencia, la técnica, la procreación, la salud, los deseos humanos de paternidad - maternidad, y un largo etcétera. Una de las acciones más clásicas de muchas TRA es la de congelar los embriones que se logran en laboratorio y que no serán transferidos de forma inmediata en la mujer. Se congela y detiene así la vida de esos embriones y se enciende y moviliza al mismo tiempo la bioética: la ciencia que estudia la licitud de la intervención del Hombre sobre el Hombre. Antes de seguir adelante hay que hacer una importante aclaración: cuando en ética y en la bioética personalista hablamos de embrión no desconocemos los estadios sucesivos en el desarrollo de la vida del ser humano y que se identifican con términos como "cigoto", "mórula", "blastosisto" y otros, sino que los incluimos y les atribuimos el mismo significado ético. Embrión significa entonces el fruto, visible o no, de la generación humana, desde el primer momento de su existencia hasta el nacimiento. La razón de esto es que la ética supera a la biología y desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. De hecho, la genética moderna demuestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese ser viviente: un Hombre (varón o mujer), individual con sus características ya bien determinadas. Es así que congelando embriones estamos congelando y deteniendo la vida de un ser humano en acto, impidiéndole su normal desarrollo y proceso de vida: congelamos la vida de un ser humano pleno en su dignidad y sujeto de derecho, de identidad y de no discriminación ni instrumentalización. Es bueno recordar sintéticamente que el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde la concepción y desde ese momento posee el derecho a la vida. Que las normas jurídicas deben reconocer al embrión humano como sujeto de derecho desde la concepción. Que hay que tutelar los derechos inviolables del ser humano ya desde su concepción frente a las técnicas de congelación, y en especial ante los intentos de experimentación o de una destrucción programada con el respaldo legislativo. Que es gravemente ilícito para la dignidad del ser humano y de su ser llamado a la vida el recurso a los métodos de procreación artificial y es necesario que se acepten, también a nivel legal, los principios en los que se funda la misma reflexión moral. Que los científicos y médicos deben detener la producción de embriones humanos ya que no hay salida moralmente lícita para los embriones "congelados", que son personas humanas. Los juristas y gobernantes deben actuar para que el Estado y sus instituciones tutelen a los embriones congelados.
La maravilla de los procesos científicos es que no sean sólo técnicos y que cuenten con el marco bioético necesario, como lo exige y reconoce la comunidad científica internacional. Esta exigencia de aprobación bioética está encaminada a liberar la ciencia de cualquier tipo de límite ideológico, económico, o de incorrecciones o abusos. Las TRA tratan de dar vida, vida humana y no vida a células humanas. Todo ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable a la vida. Debemos ser honestos y valientes para criticar con serenidad y nivel científico, con deseo de ayudar a progresar y mejorar las TRA: deben suspender la creación de embriones y más aún suspender toda intención y acción de congelar la vida y en cambio buscar nuevos caminos, sobre todo los intra corpóreos.
Un embrión humano ¿posee derecho a la identidad?


DIANA COHEN AGREST. Investigadora UBA/FLACSO

Es más ¿acaso tiene algún sentido decir, lisa y llanamente, que el embrión es sujeto de derechos? O incluso ¿acaso tiene algún sentido decir que debemos guardar ciertas obligaciones hacia el embrión que es merecedor de nuestra protección moral como es merecedora, en principio, toda persona? El Código civil, en su artículo 63, dice expresamente que son personas por nacer las que no habiendo nacido están concebidas en el seno materno. En consecuencia, el embrión no implantado cae fuera de la definición. Pero más allá de la jurisprudencia existe otro orden de razones: las morales.
Desde las corrientes más significativas en la ética laica contemporánea, tras reconocer que el embrión es vida humana —como lo es el óvulo y el espermatozoide—, se suele preguntar qué características conferirían a una entidad ser merecedora de un tratamiento moral. Aquí las aguas se dividen. Una corriente afirma que un individuo merece tratamiento moral en la medida que cuenta con ciertas capacidades cognitivas. No se trata de la idea bizarra de algún trasnochado bioeticista contemporáneo: fue John Locke, el filósofo inglés del siglo XVIII, quien inició esta tradición todavía vigente, cuando afirmó que por persona entendemos "un ser pensante inteligente, que posee razón y reflexión, y que puede considerarse a sí mismo como tal, la misma cosa que piensa, en diferentes tiempos y espacios". Es la capacidad de autorreconocimiento lo que haría de un ser humano una persona; y por cierto, el embrión carece de esa capacidad. Sin embargo, se suele alegar que si bien no posee esta capacidad desarrollada, sí la tiene en potencia. Pues bien, aun concediendo que el embrión es una entidad que merece respeto en virtud de su potencial para llegar a ser una persona, debemos mostrar que el embrión es el mismo ser que el ser humano desarrollado. Sin embargo, ésta es una tarea imposible: el pre embrión (de menos de 14 días) no es un individuo porque puede dividirse en dos o más embriones genéticamente idénticos, proceso del que resulta la formación de gemelos; si el concepto de persona designa una entidad individual, el embrión no lo es. También se argumenta que asimilar el estatuto del embrión al de la persona plena supone no tomar en cuenta el papel que juegan las decisiones de terceros en el desarrollo del embrión cuando se depende de técnicas reproductivas: para que un embrión crezca naturalmente en el útero materno hasta alcanzar su estadio fetal se requiere que ningún acto voluntario detenga el proceso. Pero para que ese mismo embrión se desarrolle fuera del útero se necesita un acto por comisión: la intervención de un profesional que lo transfiera al útero.
La segunda corriente significativa dentro de la ética laica sostiene, en cambio, que ser merecedor de un tratamiento moral no exige como condición contar con una personalidad que dé lugar al autorreconocimiento; el requisito es poseer cierta capacidad de sentir placer o dolor, así es la sensibilidad la que lo vuelve portador de intereses y, por lo mismo, de derechos. Siguiendo esta línea de pensamiento ¿es posible afirmar que el embrión posee intereses y, por lo mismo, derechos? Este argumento es negado por el proceso evolutivo embrionario mismo: el estadio en el que el feto adquiere la capacidad de experimentar sensaciones tales como el placer y el dolor se inicia recién 18 semanas después de producida la fertilización. Y si, además, ningún invertebrado posee sensibilidad, dado que carece de ciertas estructuras cerebrales que dan lugar al dolor en los vertebrados, el embrión temprano, en ese estadio, nunca llega a sentir sensación alguna. En pocas palabras, dado que los embriones no tienen capacidad cognitiva alguna, no deberían gozar de los beneficios y de las mismas protecciones acordadas a las personas. Y puesto que el embrión carece de sensibilidad y no se le puede causar perjuicio alguno, entonces no posee intereses ni, por lo tanto, derechos. Por consiguiente, no tenemos obligaciones hacia ellos. Así lo interpretó en 1997 un tribunal estadounidense que falló que un embrión, hablando estrictamente, no es ni una cosa ni una persona. Ocupa una categoría intermedia que si bien los hace merecedores de un respeto especial dado su potencial para la vida humana, carecen de estatuto jurídico independiente. El tribunal reconoció que los únicos derechos involucrados eran los de los progenitores en relación con la libertad reproductiva, que implica tanto el derecho a procrear como a no procrear.

En la Argentina, donde los reclamos de las personas suelen ser aplastados en nombre de lo público, lo que se juega es el presunto derecho de los embriones al registro oficial de sus datos filogenéticos, esto es, la divulgación de la relación de parentesco de dichos embriones. Incluso cuando se sostenga que la vida tiene un valor sagrado que ha de ser respetado —una sacralidad no necesariamente religiosa, que invita a preservar la vida como se preserva una obra de arte—, lo cierto es que los presuntos derechos de los embriones o las obligaciones hacia ellos entrarían en colisión con los derechos y obligaciones de los progenitores: ¿quiénes, si no ellos, gozan del derecho a la privacidad y a la intimidad que los faculta a no divulgar la información que no desean que sea divulgada? Más aún: los presuntos derechos de los embriones o las obligaciones hacia ellos entrarían en colisión con los derechos y obligaciones profesionales: el secreto profesional es tan antiguo como el código hipocrático y, frente a las presuntas obligaciones hacia el embrión, el profesional puede alegar que son incompatibles con la obligación de respetar la confidencialidad de los datos suministrados por los progenitores.
Esta incompatibilidad entre normas revela que la mayoría de los principios éticos son desplazables por otros principios que, en cierto contexto, tienen más fuerza o peso: mentir es incorrecto, pero si procuro evitar que Ana Frank sea deportada, no es incorrecto mentir a los nazis. Cuando aparecen derechos y obligaciones en conflicto se debe deliberar y calcular la importancia relativa de las normas y decidir cuál de las normas en conflicto tiene más peso de acuerdo con las circunstancias. Una vez admitido que tiene que existir un sujeto portador de dichas e infortunios para poder hablar de derechos y obligaciones, al fin de cuentas, como dijo el filósofo contemporáneo Thomas Nagel, "todos nosotros somos afortunados por haber nacido; pero no se puede afirmar que no haber nacido es una desgracia". La identidad no se reduce a los genes, pues también se adquiere y se consolida a lo largo de los vínculos que las personas establecemos con nuestros padres y con el mundo. Defender los presuntos derechos de un embrión obligando a sus progenitores a revelar una identidad que por el momento sólo a ellos compete es imponer con la fuerza de la ley un vínculo que sólo puede ser la resultante de un acto de decisión impulsada por el amor y por un genuino compromiso personal.