Publicado en Observatorio Gerencia de Riesgos AGERS .Enero-Julio 2017
http://agers.es/wp-content/uploads/2017/07/REVISTA-AGERS-2017.pdf
Una acertada definición de gestión integral de riesgos, la aportó
Meulbroek (ver Meulbroek L.,A Senior Manager´s Guide to integrated Risk
Management, Journal and Finance 14, 56-70) quien la define como la
identificación y evaluación de los riesgos colectivos que afectan al valor de
una empresa y la aplicación de una estrategia interna para gestionar dichos
riesgos. El arte del gestor será configurar un sistema de gestión ponderado
entre arriesgar y no arriesgar.
Planteamos un primer debate ético, la gestión de riesgos nace como un
compromiso de la empresa para garantizar la correcta administración a los
intervinientes-grupos de interés- y la sociedad en general o por el contrario
fue la sociedad quien exigió a la vista de la crisis financiera unos
comportamientos prudenciales de acuerdo con criterios de buen administrador, lo
que algunos autores denominan auto-regulación forzosa. Pero es más, como bien
dice el filósofo y profesor de ética Diego Garrocho la ética del negocio no debe
entenderse o derivar en el negocio de la
ética.
Lo relevante es analizar, desde la visión ética, el escenario actual
de la gestión de riesgos, donde ya está presente la transparencia, la
modelización integral, mecanismos de supervisión y de administración leal. Los
avances en las obligaciones que asumen las empresas en el marco de la ética
empresarial son evidentes y los problemas de opacidad de los que era acusada la
industria, particularmente las financieras han quedado atrás, pero debemos
alertar de la tentación en la que pueden caer las empresas en considerar la
gestión del riesgo en banca o en seguros como un mecanismo cuantitativo de
optimización de la rentabilidad ajustada al capital.
Debemos destacar que en cierta
medida estamos perdiendo las referencias tradicionales que explicaban el riesgo,
es como si estuviéramos en un escenario “calm before the storm”, donde todo
nuestro conocimiento está sometido a revisión, y donde las nuevas realidades
todavía hoy las ignoramos. En este escenario solo cabe entender que estamos en
un entorno propicio a la innovación, recordamos a Schumpeter que la definía
como el cambio de la función de producción que no es susceptible de ser
descompuesto en infinitesimales. Y
cuando se pierden las referencias técnicas por el proceso de innovación, no
confundamos con la mejora de procesos continua, las referencias éticas deben
estar muy presentes en este tránsito tecnológico.
La gestión ética del riesgo
debe incardinarse tanto en la visión empresarial del negocio (valores corporativos),
el marco legal/ regulador y no menos importante a las nuevas realidades que
proceden de la llamada sociedad civil. En este último grupo de interés es donde
el gerente de riesgos debe tener más sensibilidad para armonizar el marco ético
de su actuación con el ecosistema social al que debe responder. En opinión de
Amelia Valcárcel, en La Aventura de la Moralidad, en el horizonte progresista
de la sociedad, está será igualitaria, participativa, ecológica, pacífica,
libre y planificada, todas las vindicaciones del progresismo son asintóticas en
el horizonte utópico. Recordemos que utopía tiene su origen etimológico en u-topía, el lugar que está fuera de
lugar, el ningún sitio, y como bien dice el filósofo Javier Muguerza las
utopías se “alejan de nosotros” a medida que queremos alcanzaras.
Entender la gerencia de riesgos con sustrato ético, nada tiene que ver
con el proceso de búsqueda de beneficio empresarial sobre la base de los
modelos y/o tecnología que podemos denominar determinismo de aplicación que tiene sus defensores, estos
recuerdan a Friedman cuando decía “Si
puedes hacerlo ( aplicar la tecnología), debes hacerlo…porque si no, lo harán
tus competidores” ( Friedman Thomas, 2005, The world is Flat.New York: Farrar,Status
an Giroux.) El conflicto ético está presente en esta corriente de pensamiento
que está muy extendida en la sociedad tecnológica del Siglo XXI.
Esta visión del negocio no es ajena a los escenarios de crisis global
como el que hemos vivido desde 2008, el administrador o gerente de riesgo no
debe pensar que el riesgo moral de sus actuaciones está asegurado el riesgo de “ to big to fail” por el cual el Estado interviene con ayudas al sistema, este riesgo
moral pudiera ser no capturado por los sistemas de buen gobierno y de
transparencia y supervisión.
La deontología de
la gestión de riesgo debe corregir la visión ya
asentada en la
gerencia empresarial de la primacía del dato y el modelo en las decisiones de negocio,
que no son siempre prudenciales. En cierto modo este escenario nos recuerda al
huerto de Acadamo de Platón cerca de Atenas, donde estableció la Academia
filosófica y en el dintel de la puerta advertía: No entre quien no sepa
geometría (hoy sería matemáticas).
Esta
primacía de lo cuantitativo debilita, cuando no ignora, el juicio crítico de la
decisión donde el comportamiento ético- honorabilidad y profesionalidad- debe
estar presente en la actividad cotidiana profesional del gerente de riesgos.
Quizá sería oportuno recordar que Kant, desde la Cátedra de Metafísica de su
ciudad natal de Königsberg, no les daba otra consiga a sus alumnos que la de sapere aude (atrévete a pensar por cuenta propia). En términos
contemporáneos la podríamos asimilar a la exhortación habitual ya en las
escuelas de negocios de los Estados Unidos: Just Stop and Think, esto es, se
enseña la importancia de pararse a pensar.
Creemos que el fundamento ético de toda
decisión relacionada con la gerencia de riesgos debe tomar una posición
equivalente a la de las decisiones que proceden de la visión técnica del riesgo.
José Miguel Rodríguez-Pardo