Aún no se ha descubierto el ansiado elixir de la eterna juventud, pero el famoso gerontólogo inglés Aubrey de Grey está convencido de que, con el avance de la medicina regenerativa, "viviremos mil años o más". "Creo que es perfectamente posible", afirmó hoy De Grey sin traslucir el mínimo atisbo de duda, en una entrevista con EFE.
Con su llamativa barba de casi medio metro de longitud que le da una cierta apariencia de genio despistado, el biomédico, conocido como "el profeta de la inmortalidad", causó hoy sensación en la primera jornada del I Congreso de Mentes Brillantes, que se celebra hasta el próximo sábado en Málaga. Algo abrumado por los flashes de los fotógrafos, el gerontólogo, director de la revista académica Rejuvenation Research, expuso su tesis de que el conocimiento para desarrollar una medicina efectiva contra el envejecimiento ya existe, pero falta financiación.
Así, De Grey destacó las bondades de la medicina regenerativa, una rama de la bioingeniería que se sirve de la combinación de células, métodos de ingeniería, bioquímica y fisioquímica para mejorar o sustituir funciones biológicas. "La medicina regenerativa -explicó- se refiere a terapias que restauran la estructura molecular de un tejido o del cuerpo entero al estado en que se encontraba antes de algún tipo de daño".
En su opinión, "se trata de un daño que resulta inofensivo la mayor parte de la vida, pero, cuando se acumula, provoca enfermedades y discapacidades a una edad avanzada. Aplicar la medicina regenerativa al envejecimiento significa, sencillamente, reparar el daño acumulado durante la vida". Por eso, el gerontólogo trabaja desde hace años en la llamada "senescencia negligible ingenierizada" (SENS, en sus siglas inglesas), un proyecto de reparación de tejidos que rejuvenecería el cuerpo humano y permitiría una esperanza de vida indefinida.
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No pretendo desmentir lo que éste científico de la senectud afirma acerca de la posibilidad de alargar la vida, en un futuro, aunque me muestre muy escéptico con algunas de sus afirmaciones. En las últimas décadas, de hecho, se ha conseguido que la expectativa de vida en los países más avanzados haya aumentado considerablemente. Sin embargo, cabría preguntarse ¿por qué habríamos de desear vivir muchos años más? ¿Qué hay sobre la calidad de vida de las personas? Y, aún más importante, si cabe, ¿no sería más interesante aprender a convivir con la muerte, como una parte ineludible de la vida? ¿No estarían mejor invertidos los recursos si se enseñara a las personas a conocer cuándo llegará su fin y, si fuese viable, a prepararse y, hasta, elegir el momento en que se producirá esa transición final? Y, con ello, no me estoy refiriendo al suicidio, desde luego.
Lo que esta noticia refleja es una completa incomprensión y un malentendido que no hace sino perpetuarse en nuestra sociedad materialista. En la epopeya sumeria de Gilgamesh, por ejemplo, de amplia difusión por Mesopotamia y Anatolia desde antes del siglo VII a. de C., descrita en doce tablas asirias de barro en escritura cuneiforme, narra las aventuras del héroe en busca de la inmortalidad. Gilgamesh se enfrenta a las fuerzas del mal para conseguir la planta de la eterna juventud. Sin embargo, mientras dormía tumbado cerca de una poza, una serpiente le arrebató la planta. Apenas la hubo engullido, la serpiente mudo su piel y , con ello, rejuveneció. Gilgamesh se sentó a llorar por la pérdida del elixir de la vida eterna.
La búsqueda de la inmortalidad siempre ha fascinado al ser humano. Hay algo en ese símbolo que conmueve en lo más hondo de nuestro ser. Sin embargo, existe un mal entendido radical que se perpetúa en nuestra cultura materialista. La búsqueda de la inmortalidad en el plano material o físico, que podemos observar hoy en los avances de la medicina para aumentar la longevidad, como vemos en esta noticia, o en las polémicas que se suscitan como consecuencia de la pretensión de alargar la vida del paciente, pese a la situación y el estado en el que se encuentre, se deriva de una auténtica y profunda incomprensión. Muy al contrario, el problema fundamental es la ampliación de la perspectiva del hombre, de suerte que su cuerpo y su yo no obstruyan ni obnubilen la visión de la inmortalidad en el hombre. El cuerpo, la materia, es la parte efímera y contingente de la existencia humana. "Polvo somos, y en polvo nos convertiremos". La dádiva que entregan los dioses al héroe ha de entenderse en un sentido simbólico. Representa la renovación de la energía vital, un nuevo nacimiento tras la transformación que se opera en el interior de lo inconsciente ( o del alma humana, como se prefiera). El don verdadero es la trascendencia del ego, después de la muerte de las antiguas estructuras, tras la des-identificación con el ego y con el cuerpo, del egoísmo consecuente y de la arrogancia del "sabio", dando nacimiento a un nuevo ser que, aún siendo el mismo, sin embargo ya no lo es. En otras palabras, hablamos del acceso al otro mundo, mediante un "segundo nacimiento" en el que la consciencia se despierta a la realidad del Espíritu.
http://psicologiaespiritualidad.blogspot.com/2010/10/el-elixir-de-la-vida-eterna.html