Se trataba de una vivienda de tres habitaciones situada en el número 39 de Amersham Road, en Harold Hill, cerca de Romford, Essex. Fue vendida en 1980 a sus inquilinos, la familia Patterson, por poco más de 8.000 libras. El matrimonio se había mudado a un piso de protección oficial después de su boda, en 1962. Tras el nacimiento de su primera hija, Leisa, y la llegada luego de sus mellizos, Martin y Vernon, su sueño de convertirse algún día en propietarios se había desvanecido. Pero todo cambió cuando una mujer se trasladó a Downing Street.
Tan sólo un año después de tomar el cargo de primera ministra, Margaret Thatcher revolucionó el panorama político con su «Housing Act», una ley aprobada para impulsar ese «derecho a compra» que, a su parecer, debía tener todo ciudadano británico. Fue la propia «Dama de Hierro» quien entregó a la familia Patterson las llaves de su vivienda. Aquella foto cambió para siempre la estructura social del Reino Unido.
Sin duda alguna, la privatización que más marcó su política económica fue la de las viviendas sociales. En 1980, el Ejecutivo conservador hizo posible que cinco millones de familias adquiriesen las casas de protección oficial en las que se alojaban como inquilinos. El Tesoro recibió 28.000 millones de libras por la venta de más de dos millones de casas entre 1980 y 1995. El porcentaje de británicos que poseía su vivienda subió en ese periodo del 55% al 67%. La decisión extendió en el país la cultura de propiedad de la vivienda a todos los estratos sociales. Por otro lado, además de privatizar y abrir a la competencia sectores como la energía, el agua y las telecomunicaciones, Thatcher dio la oportunidad a las familias británicas de comprar acciones. Sólo en la operación de British Gas en 1986, 1,5 millones de británicos se hicieron con acciones de la empresa.
Thatcher elaboró un programa cultural capaz de convertir este programa político y económico en algo parecido a la hegemonía de clase. Utilizó la expansión de los mecanismos financieros, el crédito, hacia las clases medias, y, muy en concreto, las fracciones más cualificadas de la clase obrera, para compensar el descenso de los salarios.
Sin duda alguna fue ella, Maggie, la baronesa, la amada, la odiada, la que contribuyó a crear las siete clases sociales en la que se puede dividir actualmente la sociedad de las islas. Coincidiendo con su muerte, se ha publicado un importante estudio que concluye que el esquema de «obrera, media y alta» queda ya obsoleto. El abanico dibuja ahora siete escalones diferentes cuyos extremos son la «élite», el grupo más privilegiado del país y alejado del resto de clases por su riqueza, y el «proletariado precario», el más desfavorecido y que representa a un 15% de la población.
Más de 161.000 personas participaron en la que ha sido la mayor encuesta de este tipo realizada en el Reino Unido, un estudio dirigido por la BBC y cuyos resultados se han publicado en la revista «Sociology Journal». El proyecto desechó los parámetros que tradicionalmente definían la clase –la ocupación, la renta y la educación– por considerarlos «demasiado simplistas» y se inclinó por otras tres dimensiones: la económica, la social y la cultural. El legado de Thatcher, por tanto, no es sólo político y económico, sino también social.
«Este trabajo nos demuestra que en la cima todavía tenemos una élite de gente muy rica y en la base un grupo muy pobre, con muy poco compromiso cultural y social», señaló Fiona Devine, profesora de Sociología de la Universidad de Mánchester y miembro del equipo de investigación. Para ella, «es lo que hay en medio lo que es realmente interesante y emocionante», es decir, un área «muy borrosa» entre la clase trabajadora y la clase media tradicionales.
Este área se concreta en cinco clases sociales, como la denominada «clase media establecida», que representa al 25 % de la población con altos niveles económicos, sociales y culturales. Este grupo, el más numeroso, precede a la llamada «clase media técnica», un grupo nuevo y reducido que es próspero pero se distingue por su aislamiento social y por su apatía cultural. Le siguen los «nuevos trabajadores acaudalados», una clase joven, social y culturalmente activa, con niveles medios de renta.
La «clase trabajadora tradicional» no destaca en ninguna dimensión, pero no se puede clasificar como una clase desfavorecida porque el valor de sus hogares es razonablemente alto debido a la edad avanzada de sus componentes, con una media de 66 años. Por último, se encuentran los denominados «trabajadores emergentes», una clase nueva, joven y urbana que es relativamente pobre pero tiene un alto capital social y cultural. La clave del futuro.
«Working class», casi una élite
Sólo el 35 por ciento de los británicos encaja en la llamadas «clase media» y la «trabajadora». Los responsables de este novedoso estudio, «Great British Class Survey» –lanzado en enero de 2011 por el laboratorio de «ciencia ciudadana» de la BBC y en el que ha participado más de 160.000 personas en el Reino Unido– subrayan el hecho negativo de que en pleno siglo XXI todavía un 15 por ciento de los ciudadanos debe luchar día a día por la pura supervivencia, absolutamente dependientes de las ayudas públicas, sin dinero, estudios o cualquier tipo de interés cultural.