domingo, 27 de septiembre de 2009

los riesgos de ls msnipulación de la vida humana.

Qué piensa la Iglesia Católica sobre la fecundación in vitro, la investigación con embriones, la clonación, la eugenesia o la eutanasia. Alberto Bochatey, director del Centro de Bioética de la UCA, habló con Radio Cero y diario El Día.




Por Gustavo Rivas y Marcelo Lorenzo

- ¿Cuál es el campo específico de la bioética? ¿Involucra, por ejemplo, la relación entre la técnica y la vida?

Alberto Bochatey:- En un sentido, sí. La bioética enfoca, básicamente, la licitud de la intervención del hombre sobre el hombre. La medicina durante milenios ha actuado sobre los órganos del ser humano. Pero la técnica nos permitió desde hace algunas décadas poder avanzar directamente sobre la estructura de la vida humana, la genética, la fertilización in vitro, la selección de embriones, el congelamiento de embriones, tener un hermanito para curar al hermano mayor que está enfermo. Hemos tocado, en suma, la estructura básica de la vida. Entonces en el mundo dijeron: bueno, sentémonos a pensar un poco las dimensiones éticas que tiene esto. Para poder iluminar realmente un avance de la ciencia y de la técnica acorde con la verdad, acorde con la dignidad del hombre.

- Existe la percepción de que la Iglesia Católica está enfrentada al establishment científico en este tema. Hay una tensión a raíz de visiones distintas. ¿Es así?

- En principio creo que la Iglesia parte de Cristo que dice: "la verdad os hará libres". Buscando la verdad, tiene un profundo sentido de libertad de poder actuar. No diría que está enfrentada al establishment científico. Sino que participa del avance de la ciencia desde una perspectiva antropológica cristiana. Ahí puede haber distancia. Porque hoy las perspectivas masivas no responden a una antropología profunda sobre la vida, sino que son más relativistas, contractualistas, constructivistas, hedonista, emotivistas. En fin, tenemos muchas corrientes de pensamiento contemporáneas, que globalmente las podríamos encuadrar dentro de lo que llamamos pensamiento blando o débil. Estas visiones no abordan la estructura del ser en su totalidad, sino que se quedan con una parte de la persona.

- En nuestra civilización lo científico-técnico goza de un gran prestigio. La pregunta es: ¿la técnica es neutral?

- Evidentemente la neutralidad en la ética no existe, en la técnica tampoco y en la ciencia menos. Lo que si podríamos hablar es de objetividad. Hay unas verdades objetivas y hay datos que son objetivos. Tal vez no absolutos, pero sí objetivos, en el plano científico. ¿Qué quiere decir esto?. ¿Dónde está la diferencia?. Que hoy por hoy es una trampa pretender decir que el científico que investiga en el laboratorio no responde a ningún proyecto ideológico, económico o político. Porque por otra parte alguien le paga el sueldo. Y el laboratorio va a investigar lo que le interese científicamente. Pero también lo que le puede interesar desde el punto de vista, por ejemplo, comercial. Ni hablemos cuando los gobiernos son muy estatistas y se meten en el mundo de la universidad, en el mundo de la ciencia. Y todo lo quieren controlar, desde cómo pensar a cómo vivir. Lo que sí es cierto es que la técnica le ha ganado a la ciencia. Hoy hablamos de la tecnociencia. Cuando históricamente el gran sabio, el señor de los señores en el mundo del pensamiento, era el científico. Pensemos en Bernardo Houssay. Hoy el médico, el investigador, va a depender del técnico. Esto se ve en la vida cotidiana: cuando uno va al médico, éste lo primero que te dice es: ‘bueno vaya y hágase tal y cual análisis; cuando tenga el resultado venga a verme y le digo lo que tiene’. Antes el médico te revisaba y te diagnosticaba él. Hoy necesita del dato técnico, del instrumento para poder avanzar en su ciencia. No está mal, al contrario, tenemos más precisión, mejores diagnósticos. O sea, esto no es negativo. Lo que es negativo es pretender que la técnica sea una cosa objetiva, mecánica, sin ningún peso de formación ética. Y ahí podemos caer en las garras de tecnócratas que son peores que los burócratas.

- ¿Acaso existe algo así como una mentalidad tecnocrática?

- Seguro que sí. Porque, justamente, al tener tanto poder, ser tan positiva y eficiente, la técnica genera una fascinación muy grande. Muchas veces el hombre prefiere renunciar o postrarse frente al avance tecnológico, en lugar de hacer la reflexión científica completa, dándole a la verdad científica un valor objetivo y trascendente. Hoy se habla de distintas teorías científicas. Se hace convivir a dos científicos que dicen cosas distintas, incluso opuestas, sobre el mismo objeto. Pero no: o es o no es. Si tengo un vaso de agua y se lo doy a dos bioquímicos para que me analicen el contenido del vaso, ¿qué tienen que concluir? Pues que ahí hay agua (H2O). Tal vez uno de ellos tenga mejor técnica, mejor máquina, mejor precisión a la hora de determinar por ejemplo la salinidad del agua. Pero no puede uno decirme que es agua y el otro que es gin o ginebra (porque son incoloros los dos).


Tras la huella de Menguele


- Esto de manipular la vida –algo en un sentido prodigioso- genera algunos interrogantes. Por ejemplo: al crear seres nuevos ¿no querrá el hombre parecerse a Dios? Y entonces a uno le viene a la imaginación Frankenstein, el relato del monstruo creado artificialmente, la obra literaria de Mary Shelley, de 1816...

- En el imaginario uno lo tiene presente a Frankenstein. Pero en lo concreto a Menguele. Lo terrible de una ciencia sin ética lo podríamos representar en el horror nazi del Holocausto. Y la investigación que se hacía con los presos. Menguele, como se sabe, perteneció a la jerarquía nazi. Y dirigió toda la parte de experimentación con los presos, en especial judíos. Aprovechando la existencia de los campos de concentración, con una crueldad sin límites. Por ejemplo, experimentó hasta cuándo podía vivir una persona sin comer. Una cosa horrorosa. Por eso, tras el proceso de Nüremberg, en 1948, se hace la declaración universal de los Derechos Humanos. Porque el horror nazi devino de haber avanzado en una ciencia y en una técnica sin ética. Esto provocó una reacción unánime en Occidente, desde donde se dijo: ‘señores, basta; a esto hay que detenerlo urgentemente’. Al punto que la misma ciencia médica nunca aceptó y tomó como válido ninguno de los experimentos que hicieron los nazis. Es decir, los tiraron a la basura. No porque sus resultados no pudieran ser interesantes. Sino por el medio aberrante con el que se hicieron esos experimentos.

- Aceptar los resultados de los experimentos nazis hubiese sido convalidar sus métodos…

- Exactamente. Aquí estamos en un terreno en el cual se desafía a Dios como creador de la vida, más allá de tal o cual religión. Si Dios es Dios, es de necio desafiarlo. Dios nos ha dado la capacidad, la inteligencia, la sabiduría, la razón para pode avanzar en la ciencia y mejorar la naturaleza. Somos co-creadores de la voluntad de Dios. Dios ha creado el universo y nos lo ha confiado para que lo dominemos. Lo que no significa destruirlo y mucho menos abusar de él. Dominar viene de ‘domini’, de Señor. Es decir, ser señores de la creación. Y un buen señor cuida sus bienes y los hace producir para mejor. Entonces, avanzar en la ciencia de la medicina, conocer mejor nuestra genética, poder prevenir y predecir enfermedades, eso es maravilloso. No nos podemos poner en contra de ese progreso. Pero tenemos que poner un marco antropológico adecuado, desde el cual emane una ética. A mí no me gusta decir que aquí la ética es un límite. Sino que la ética es como la autopista de la ciencia. Si yo aconsejara a alguien: este médico es excelente, pero tené cuidado que no tiene nada de ética, y aquel otro por ahí sabe menos pero es un tipo de bien, te va a cuidar, se va a interesar por vos. Es muy probable que, frente a esta dos opciones, uno elija la última. Y aquí estamos un poco en lo mismo. Pero atención: la ética nunca es un límite para la ciencia. Reitero, es como la autopista, donde hay que pagar peaje, hay que entrar por ciertos lugares, salir por ciertos lugares. Pero al mismo tiempo uno sabe que nadie viene de frente, que no hay curvas cerradas, que no hay peligros. Con la autopista se llega más rápido al objetivo.

- Parece que estamos más dispuestos a aceptar, a raíz de la crisis ecológica, que la manipulación de la naturaleza tiene un límite, pero este pensamiento no es correlativo cuando se habla de la intervención sobre la vida humana…

- Soy muy enemigo de la palabra límite. Creo que cuando nos zambullimos en la verdad, la verdad de Dios, la verdad eterna, estamos hablando de una dimensión sin límites. Ahora bien, sería necio de nuestra parte no reconocer que somos seres limitados, que necesitamos dormir, trabajar, comer y que algún día nos vamos a morir. No aceptar eso es vivir en un mundo de fantasía, en la irrealidad. Paralelamente, es importante reconocer que hay ciertas normas, que hay un protocolo, un proceso de investigación, que no se puede escindir de la verdad de persona humana (que va desde la concepción hasta la muerte natural). Eso nos da una gran sabiduría y va a salvar nuestra época. Porque podemos hacer horrores, atacar la naturaleza destruirla, dejar a nuestros hijos un mundo contaminado. O podemos avanzar y dejar un mundo sanamente organizado, desde el punto de vista científico y ético.


La clave antropológica


- Dentro de la bioética, ¿cuál es hoy el punto cardinal o más acuciante?

- Encontrarnos verdaderamente los eticistas con los científicos y los técnicos, en torno al tópico de quién es el hombre. No tenerle miedo a poner una base antropológica que sea universal, que por lo menos sea de encuentro, de acuerdo. Crear una cultura del encuentro, no de la disociación. Que cualquier ciencia pueda construirse a partir de un concepto universal de persona humana. Una verdadera antropología (…) En la Argentina tenemos el desafío del mundo hospitalario. En el país conviven la supertecnología para hacer intervenciones médicas, y profesionales de primer nivel, con hospitales donde no hay leche, colchones, mesas de luz, etc. Y ahora nos anoticiamos de este escándalo de los medicamentos truchos, en el que se mezclan los negocios y el poder. Creo que esto es muy grave (…) Tenemos que volver la mirada a los grandes hombres de ciencia del país. Un Leloir, un Houssay, un Milstein. Tenemos ejemplos muy positivos de hombres que amaron la vida y vivieron hasta el último minuto en la búsqueda de la ciencia. Sin dudas que el testimonio es más fuerte que las palabras. Y Argentina tiene, en el mundo de la ética, de la política, de la ciencia, grandes hombres.

- La última encíclica papal menciona el tema de la clonación…

- Los intentos de clonación humana han fracasado estrepitosamente y prácticamente hoy nadie los hace seriamente.

- ¿En qué consiste, básicamente?

- La clonación consiste en quitar el núcleo de una célula, transferirlo a otra célula, a la que a su vez se le quitó el núcleo originario que tenía y desarrollaron ese citoplasma de esa célula donde va a reproducir. Se replica la primera célula. Esto se ha logrado. Ahora bien, ¿se acuerdan de la oveja Dolly?. Fue el primer mamífero clonado. La noticia dio la vuelta al mundo. ¿Qué pasó con la oveja? ¿Dónde está?. Tuvieron que matarla. La oveja Dolly no se murió, la mataron. Le aplicaron la eutanasia por la cantidad de deformaciones, por su degeneración precoz, artrosis, una serie de enfermedades que desarrolló. Se olvidaron que la célula que yo tomo, si bien va a dar vida a un nuevo ser, esa célula ya tiene su edad, empieza más vieja. No es una célula que comenzó de cero, sino que ya había madurado y había tenido su tiempo de vida. En lo humano no se ha logrado nada parecido. Además está prohibido por el mundo. En los países más liberales, en la Unión Europea y demás, hay un acuerdo de prohibir la clonación humana reproductiva. Es decir se prohíbe que nazca un ser humano mediante este procedimiento.


El deshumanizante uso de los embriones humanos

- ¿Qué pasa con la manipulación de embriones humanos?

- Esto sí se está haciendo. Y abundantemente. Están en boga las técnicas de fertilización in vitro, que entre paréntesis algunos grupos de interés (clínicas) están tratando de que se impulsen hoy en el Congreso. El Estado pasaría a pagar estas técnicas que son tan caras como poco exitosas. La iniciativa toca una cuerda sensible: las parejas que no pueden tener hijos (…) Por otro lado está la ley de aborto, que quieren ponerla a todo trance (…) En algunos laboratorios se producen embriones humanos. Así muchos seres, en estado embrionario, son congelados. Para utilizarlos después en futuras transferencias al cuerpo de una mujer, para tratar de que nazcan. ¿Pero qué pasa? Que a veces no se transfieren, que hay sobreabundancia de esos embriones. Y entonces se tiran. O lo que es peor: se seleccionan. Los que son sanitos, los que se están desarrollando, sobreviven. Los que son feitos o enfermitos, van al tacho de basura. Volvemos a Menguele. Aquí entra a tallar el dato científico de cuando empieza la vida. No se puede condicionar la objetividad de un dato científico, tan específico como es la embriología, a ideologías políticas o a intereses comerciales. Eso es un atraso en la sociedad. Eso no es de progre. Eso es de pobre, que es distinto (…) Después está la práctica de crear un hermanito remedio. Es decir, tener un hijo para que sea compatible con mi hijo ya nacido enfermo y poder tener una especie de almacén de órganos, de tejidos, de repuestos para curar. El fin no justifica los medios. Uno puede entender perfectamente a los papás desesperados con un hijo enfermo. Pero no se puede utilizar una vida porque un hermano necesita órganos. Hay una política que trata el tema. Narra la historia de una familia con una hija enferma. Después tienen un hijo sano y eligen tener otro hijo -en este caso una hija mujer- para que sea fuente de órganos para su hermana. Y esta chica un buen día dice: ‘basta, desde que nací me están sacando sangre, riñones, tejidos para mi hermana. ¡Hasta cuando tengo que ser depósito o estar a disposición de la vida o salud de mi hermana y no puedo decidir yo sobre mi cuerpo, sobre mi vida!’. Esto es muy grave: porque para poder tener ese hijo remedio hay que destruir muchos otros hijos. O sea, tener muchos embriones. Los que no son compatibles se destruyen, los otros siguen. O sea que esos padres generan muchas vidas, tiran, destruyen, matan muchas de ellas y se quedan con las que han elegido.

- Escuchándolo, queda claro que por un lado la técnica ha prolongado la vida, pero por otro la destruye. ¿Hasta donde puede llegar la intervención sin producir daños?

- Se puede llegar hasta la persona. Puedo avanzar en todos los experimentos que quiera, en todas las tecnologías nuevas que quiera y para eso tenemos la razón, los medios. Estamos obligados a ir avanzando en este terreno. Pero sin violar la dignidad humana, que es un ser trascendente, intocable.

- Eso sería salirse de la autopista…

- Exactamente (…) El hombre, no importa si es mujer o varón, puede tener muchas ideas. Pero la cosa es sensible y universal cuando se toca la dimensión del amor, esa gran palabra ausente en la ciencia y en la técnica. Hablamos de ética, pero la ética es una ciencia que tiene por finalidad ayudar la vida del hombre. Y lo único que realmente nos salva es el amor del uno al otro (…) En Occidente, a partir sobre todo de los ‘70, se instaló en la sociedad el sexo sin amor. Algo que había estado en el ámbito de la prostitución. ¿Qué pasó en la década del ‘80?. Nació Louise Brown, la primera bebé de probeta (in vitro). Allí se produce otra fractura de la sexualidad. Puedo tener un hijo sin acto sexual. Es decir, ya no se saca el amor sino el acto sexual en sí mismo. Esto era algo impensado. Poder crear vida sin acto sexual es una verdadera revolución copernicana. En los ‘90 hubo otra avance: los intentos de clonación. Es decir, poder hacer vida ya no sin amor, ya no sin acto sexual sino con células (…) Cuando una sociedad no tiene como un valor fundamental la vida del otro, cae toda posibilidad de confianza, de construcción social.


- Resulta una idea inquietante que venga una generación de hijos de la ciencia. Serían los nuevos huérfanos…

- Totalmente. Además de nuevos huérfanos, serían organismos modificados genéticamente (…) No somos solo una biología, somos fundamentalmente una biografía. Mi médico conoce mi biología pero no conoce mi biografía. Y perder ante el avance tecno-científico la biografía humana, la historia humana, la familia humana sería un fracaso de la ciencia y de la técnica.


Ficha personal
El presbítero Alberto Bochatey dio una conferencia el miércoles pasado en el Instituto Sedes Sapientiae, a propósito de la encíclica “El amor en la verdad”, del Papa Benedicto XVI.

Bochatey es Director del Centro de Bioética de la Universidad Católica Argentina (UCA), miembro de la Academia de Ética en Medicina (Argentina), Licenciado en Teología Moral por la Pontificia Universidad Lateranense de Roma (Italia), y Master en Bioética por esa universidad romana, entre otros títulos.

Es fundador y miembro de numerosas asociaciones de Bioética en el país y en el exterior. Es autor y coautor de numerosos artículos y libros sobre la temática.


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