domingo, 6 de septiembre de 2009

El relativismo (I)

miércoles, 19 de agosto de 2009
Pedro Beteta

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AnalisisDigital.com

Llama la atención la recurrencia de Benedicto XVI para salir al paso de las graves consecuencias del relativismo en el que se encuentra la sociedad, sobre todo las del mundo occidental y, con ella, el planeta. No son bobadas quiméricas dichas por un portavoz del bien. Son los silbidos del Buen Pastor que ve peligrar el rebaño encomendado.

Para introducirnos en esta triste realidad paralizante del relativismo que deja al hombre al pairo de los vientos racheados de las corrientes de pensamiento “menos pensadas”, se hace necesario recordar algo de Historia, de situaciones históricas semejantes de otros tiempos. No fueron tan frecuentes ni tan universales como lo son ahora por carecer, entre otras cosas, de impresionantes medios de comunicación actuales.

Ya en la época griega Sócrates se las vio y se las deseó para desmontar los sofismas de los recalcitrantes sofistas –larvados escépticos– que defendían el relativismo en temas éticos, con fines políticos. Quien desee el poder, debe defender aquellas tesis que puedan granjearle amigos, partidarios, votos, etc. Permutaban la verdad por lo práctico. Lo útil conducía, una vez más, a abandonar la verdad y a seguir la opinión más conveniente en cada momento.

Era ésta una forma del relativismo incipiente pues, como dice Aristóteles [1], el escéptico debería callarse y no hacer nada, ya que no podría decidir hacer una cosa u otra. No era, en realidad una actitud de prudencia sino una actitud moral, ética. Con el escepticismo se buscaba la tranquilidad de ánimo. Tomar decisiones y más en temas importantes podrían producir inquietud, angustia, preocupación, desasosiego y eso... es éticamente malo.

Con estos presupuestos se trataba de hacer lo que en cada caso a uno le pareciera mejor y que –juzgando según las apariencias– le llevase a la tranquilidad. Es luminoso el siguiente texto: “quien supone que algo es por naturaleza bueno o malo o, en general, obligatorio o prohibido, ése se angustia de muy diversas maneras… Si el convencimiento de que por naturaleza unas cosas son buenas y otras malas produce angustias, entonces también es malo y ha de evitarse el suponer y estar convencido de que algo es objetivamente malo o bueno” [2].

El escepticismo llevó, por su misma naturaleza, al relativismo teórico y práctico, pero siempre motivado por la búsqueda de seguridad, de esa falsa paz que supone no complicarse la vida y, en definitiva, evitar a toda costa el malestar personal y ajeno que produce la toma de decisiones difíciles, etc.

El hombre es, sobre todo, capaz de conocer la verdad. Primero tiene la certeza de que la verdad tiene que existir porque negarla sería afirmar ya “la verdad de que no existe” y ésa verdad se revolvería contra él al momento. Pero tras la certeza de la existencia de la verdad está la posibilidad de acceder a tantas verdades posibles. Lo que es un craso error sería identificar verdad con certeza. Se trataría de un error muy grave ya que la certeza es algo subjetivo. Hay quien tiene la certeza de que le han robado el bolso o la cartera y luego cuando la encuentran recuerdan que fue allí donde la habían dejado por última vez. Tenían certeza pero no era verdad que les hubieran robado nada.

Este modesto ejemplo ayuda a entender que el criterio subjetivo para buscar la verdad que han llevado a cabo con esa identificación no les permite discernir en sus juicios lo verdadero con lo falso. Ese criterio subjetivo será para Descartes el ansia de seguridad y para Kant los “intereses” de la razón, el primero de los cuales, al que se subordinan los demás, es el interés moral [3]. En el caso de Nietzsche es el interés de los débiles de no ser sometidos; para Marx las ideologías son superestructuras que reflejan los intereses de la clase dominante; y para Freud es el inconsciente, que se mueve por la libido pero que no se manifiesta ante la conciencia por estar reprimido por el super-ego.

Pero como dice Corazón [4], los filósofos de la sospecha no buscan la verdad; al desenmascarar los intereses bastardos que mueven a la razón, quieren descalificar el conocimiento, no corregirlo sino orientarlo por un criterio más acertado, por un motivo voluntario que consideran más profundo y “verdadero”: la voluntad de poder, la autorrealización mediante la desalienación o la satisfacción del instinto sexual evitando las neurosis y los conflictos sociales.

En suma, puede resumirse en lo siguiente: desde el punto de vista teórico, se identifica la verdad con la certeza; de este modo se gana seguridad pero se pierde objetividad. Además, la certeza, al no fundarse en el conocimiento sino en un criterio subjetivo, deriva hacia el utilitarismo: ciencia verdadera es aquella que permite, mediante la técnica, hacernos “como dueños y poseedores de la naturaleza” [5].

En cuanto a la ética, el ideal de autonomía y emancipación condujo a éticas subjetivas, relativistas, utilitaristas, hedonistas y emotivistas, en las que el fin que se persigue es siempre el bienestar interior, evitar la escisión entre lo que se desea y lo que se hace, los remordimientos, la resignación y la frustración. Todo ello motivado, en último término, por la “secularización” del pensamiento y de la vida: se pretende dar a los valores tradicionales (cristianos), una justificación y un fundamento exclusivamente racional y antropológico, despojándolos, por tanto, de su valor objetivo y trascendente.

Ante este breve bosquejo histórico que enmarca el relativismo hay que acudir a profundizar en la persona y en su dignidad. No se puede separar que lo expuesto de manera somera explica el pánico a la toma de decisiones vitales, suscita temores atroces en quienes las toman, rompen con suma facilidad los compromisos tomados por ellos mismos a la menor dificultad so capa de que “no funciona”.

Por ello preguntémonos. ¿Quién es el hombre? Ésta es la gran cuestión que es ignorada por la gran mayoría y que origina tantos desatinos en nuestra sociedad, dejando aparte los intereses políticos que en ocasiones distorsionan en gran manera la realidad. Nietzsche afirmó que el hombre es el ser capaz de hacer promesas (pensar y planear su futuro, sus propios fines; es decir, puede autodeterminarse dentro de su libertad limitada). Tomás de Aquino había dado siglos antes otra definición: “El hombre es el ser que elige sus propios fines”. El hombre es un animal inteligente y libre, es decir, un ser capaz de resolver problemas. Sin embargo, puede ser el animal más brutal, llegando a trastocar el orden natural por su propia libertad de elegir.

Definir al hombre como un animal racional es tan válido como pobre, pero de momento démosla por buena. ¿Relaciones hay entre lo animal y lo racional? Para Sócrates (s. V a.C) el hombre es su alma, para Kant (s. XVIII) el hombre es más que su biología, es lo que hace con su libertad (arte, derecho, religión). El hombre es muchísimo más. El hombre es el único ser material capaz de Dios, creado para vivir en intimidad con Él eternamente, tras un breve espacio de tiempo en el que debe escribir su biografía inédita con sus actos libres. No es solamente un ser histórico, sino también un ser biográfico, libre. La vida es como una novela escrita día a día; no un problema matemático, algo determinado de antemano. Y todo porque posee una naturaleza libre. Su cuerpo es el de un ser libre y es capaz de expresar esta libertad.

El hombre es persona, y no sólo individuo. La persona no está finalizada por la especie como los irracionales: el hombre es un ser social y sociable que no tiene fines exclusivamente personales. También posee diferencias cuasi infinitas con los irracionales por lo que mira al conocimiento. El hombre capta los modos de ser de cada cosa, los animales no. En la mente humana hay espacio para el mundo exterior; de ahí que Aristóteles dijera que el hombre es de algún modo todas las cosas, ya que es capaz de conocerlas con mayor o menor hondura. Es la capacidad de abstraer algo propio del entendimiento humano y requisito para conocer la esencia de las cosas racionalmente. El animal ve imágenes de las cosas reales, y las estimas como convenientes o no convenientes para sí –instinto– pero no puede entender las propiedades o el modo de ser íntimo de las cosas. Por eso, no puede elaborar cultura; aunque si ciertas técnicas o habilidades.

Otra gran diferencia son las dotes que acompañan a la persona. El hombre inventa el arco y las flechas porque tiene necesidad de comer carne pero otros depredadores irracionales también tienen necesidad de comer y no inventan nada. El hambre sólo impulsa a comer no a fabricar artilugios. Son dos cosas muy diferentes. Por eso, no sería adecuado explicar al hombre solo desde sus necesidades, sino también desde sus posibilidades y aspiraciones. La inteligencia humana no surge de una necesidad, sino de una dotación, y por eso no es un animal más. Tiene la capacidad de crear.

Por último decir que el hombre es un ser moral, que es capaz de distinguir el bien del mal mientras que el animal no tiene moralidad. También el hombre es capaz de ponerse en el lugar del otro, de comprender, por esto es, dice Spaemann, un símbolo del Absoluto o como dice Cardona un Absoluto-relativo.

Pedro Beteta López. Doctor en Teología y Bioquímica


Notas al pie:

[1] Aristóteles, Metafísica, IV, 4, 1006 a 11 s.

[2] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos III, Gredos, Madrid, 1993, 237-238.

[3] Kant, I., Crítica de la razón pura, A 816 s, B 844 s.

[4] Corazón, R, Conferencia Curso de Verano, Baeza, 2009.

[5] Descartes, Discurso del Método, 6ª parte.

http://www.almudi.org/tabid/36/ctl/Detail/mid/379/nid/4118/pnid/0/Default.aspx