viernes, 17 de septiembre de 2010

La explosión de la longevidad

El ser humano vive cada vez más tiempo. La ciencia ha logrado elevar la esperanza de vida 30 años. Sin embargo esa prodigiosa hazaña ha despertado temores, reservas y un sinnúmero de oscuros vaticinios sobre la escasez de recursos.

Es cierto que el mundo deberá prepararse para un desafío inédito: una gran cantidad de personas superará los cien años de edad. A la vez, la disminución de la fecundidad y de la mortalidad, presentarán un mundo envejecido que clamará por una intensa transformación en las políticas públicas.

La respuesta de las distintas disciplinas ante la preocupación que genera el fenómeno demográfico, no ha logrado hasta el momento un modelo global de gestión de las múltiples cuestiones asociadas a la longevidad, que contemple el espectro de situaciones. El Estado del Bienestar ha desempeñado un rol de protección hasta el presente, con el desarrollo de sistemas de salud y seguridad social inherentes a una franja importante de las necesidades de este particular segmento de la población. Pero las crisis dejan sus huellas. La inviabilidad del desarrollo continuo, el desempleo, el desequilibrio entre la cantidad de aportantes activos y la cantidad de beneficiarios, impulsa una limitación de las prestaciones para mantener los servicios básicos.

Esto refleja una distorsión en la comprensión de las demandas sociales por parte de los gobiernos, y una seria limitación en la arquitectura de los sistemas y modelos instrumentados hasta el presente para responder a las nuevas realidades. Históricamente, las políticas sociales han abordado la salud de manera estrechamente unida a la idea de enfermedad, como si curar enfermos fuera el camino para lograr una población sana. Pero ya en 1974, Marc Lalonde, Ministro de Salud Pública de Canadá, planteó un modelo abarcativo de la salud que contempla cuatro dominios del proceso social: biológico, ambiental, conductual y asistencial. Su análisis constató que los recursos no se empleaban de acuerdo a las causas determinantes de la salud de la población. Estudios posteriores en los Estados Unidos establecieron que entre los factores de reducción de la mortalidad, el conductual (estilo de vida) incidía en un 43%, el biológico en un 27%, el ambiental en un 19 % y el asistencial en un 11%. Sin embargo, la distribución de los recursos de la salud registraba un 90% aplicado a los sistemas asistenciales. Ha transcurrido mucho tiempo, sin que se hayan registrado cambios significativos en el modelo. Es posible que el fenómeno demográfico nos obligue a reconocer la necesidad de optimizar la asignación de los recursos.

Para migrar desde el rígido esquema financiador de patologías hacia la producción social de la salud en un panorama de envejecimiento creciente, hay que admitir en primer lugar que la longevidad no es el problema. Los viejos están sometidos a una falsa identificación con la obsolescencia. Pero en su gran mayoría pueden disfrutar de un buen estado de salud si desempeñan un rol social activo hasta bien entrada la vejez. Entonces el centro de gravedad del estado de salud es el mantenimiento de la capacidad funcional real. Y eso no se logra construyendo más hospitales ni aumentando la asistencia. Y menos aún concentrando los cuidados y la preocupación de las políticas públicas en el fragmento de la vida que está al final del camino.

Las acciones que crean ambientes de ayuda y que fomentan opciones saludables son importantes en todas las etapas de la vida. A medida que envejecen las personas, las enfermedades no transmisibles (ENT) se convierten en las principales causas de morbilidad, discapacidad y mortalidad en todas las regiones del mundo. Estas patologías son costosas para las personas, las familias y el Estado. Pero muchas de ellas pueden prevenirse o retrasarse. La falta de prevención genera enormes costos humanos y sociales.

El hábitat, es una de las formas de asegurar una saludable protección del cuerpo y el espíritu. La mala condición de las viviendas, su precariedad o ausencia, son las armas más hostiles de la sociedad, y la cara más oscura del desamparo a las personas vulnerables. El hábitat incluye el acceso a servicios básicos como el agua potable.

La marginación del mundo laboral en razón de la edad crea una disminución de la autoestima, con todas las derivaciones nocivas de la inactividad para el ser humano y para la familia, sino que deja de lado una importante fuente de productividad, conocimientos y contribución al sistema de seguridad social. Y agrava el desequilibrio entre aportantes y pasivos.

Comprender esto, abarca inculcar nuevas responsabilidades al individuo y al sistema, educar a las personas en el autocuidado desde muy temprana edad, incentivar las políticas de promoción y prevención, ampliar el marco de comprensión de lo que significa salud integral: estar sano es mucho más que permanecer libre de enfermedad. De nada sirve un complejo sistema de atención implantado en un páramo de gente sin vivienda, sin educación, sin trabajo.

La explosión de la longevidad nos reclama algo muy distinto a cuidar la vejez: cuidar la vida.


http://www.cronista.com/notas/243299-la-explosion-la-longevidad