14/01/2018 - 10:22 El Economista
Como sigas cumpliendo años, te vas a morir". Cuando
Grou- cho Marx pronunció esta frase, la esperanza de vida en el mundo no
alcanzaba los 60 años. La frase sigue siendo cierta, pero esos 60 años son hoy
79, ya que esa es la esperanza de vida que tiene alguien que nazca hoy mismo y
estos 79 se convertirán en 90 años en el año 2095, según el informe World
Population Ageing que publicó en 2017 la ONU.
Pero es que además esos 90 años pueden quedarse muy cortos
si se cumplen las teorías de algunos biogerontologistas, que basándose en la
idea de que los avances tecnológicos están recortando cada vez más el tiempo de
investigación para extender un año más la esperanza de vida, han acuñado el
término de "velocidad de escape de la longevidad" para defender que
será posible extender la vida de los seres humanos de manera prácticamente
indefinida, según recogen en un estudio de la Fundación Mapfre.
A la espera de ver si el mundo avanza o no al onírico
concepto de la cuasi inmortalidad, lo que está claro es que está envejeciendo a
marchas forzadas. Un dato: en 2017 la población de más de 60 años en el mundo
era del 12,7 por ciento, mientras que en el año 2050 se espera que esa cifra
sea del 21,3 por ciento y mucho peores son las previsiones para Europa, donde
hoy el 23 por ciento de la población tiene ya más de 60 años y se espera que en
2050 ese porcentaje se eleve hasta el 34,5 por ciento.
Más octogenarios que niños
Con este telón demográfico de fondo, no es de extrañar que
sean cada vez más los académicos que empiecen a hablar de una nueva franja
demográfica que se suma a las tres en las que se ha divido en la población en
el último siglo (infancia, edad adulta y tercera edad). En concreto, ha sido en
la Universidad Católica de Chile, el país más envejecido de América Latina y
referente cuando se habla de pensiones, donde se ha dado nombre a ese nuevo
grupo de población, a la que han bautizado como Cuarta Edad, y que abarcaría
los años que transcurren entre la esperanza de vida, en torno a los 80 años, y
el límite biológico del ser humano, que se calcula que está hoy en torno a los
114 años. De hecho, la Cámara Alta de este país acaba de aprobar una moción
para incluir el concepto de "Cuarta Edad" en la Ley que modifica el
Servicio Nacional del Adulto Mayor, para incluir cambios que persigan el
bienestar de las personas mayores de 80 años. No en vano, aunque hoy en día los
mayores de 80 años todavía son minoría, 137 millones de los 7.500 millones que
hay en el mundo (un 1,8 por ciento sobre el total), la ONU calcula que crecerán
un 210 por ciento hasta alcanzar los 425 millones en 2050 o, lo que es lo
mismo, el 4,35 por ciento de la población mundial. Dato que incluso es
anecdótico cuando se mira el mapa demográfico solo en Europa, donde se espera
que los mayores de 80 años serán en 60 años el 13 por ciento de la población,
el mismo porcentaje que acapararán los menores de 14 años ante el estancamiento
de la tasa de fertilidad, que seguirá por debajo del 2 muchos más años.
Incluso Alejandro Vera, director de la gestora de Renta 4,
subraya que en países como el nuestro "el INE calcula que la mayor franja
de edad en el año 2064 va a ser la de las personas de entre 85 y 89 años. El
tema es cómo tratar el envejecimiento del envejecimiento". Y José Miguel
Rodríguez, profesor del Máster en Ciencias Actuariales en la UCM, avisa:
"La tercera edad ya no es un riesgo, sino que ahora la incertidumbre es
ver quién vive más".
La longevidad como prima de riesgo
Si hay un sector que está analizando en profundidad el
envejecimiento de la población es el de las pensiones en general (al fin y al
cabo, las públicas se pagan con las cotizaciones de los asalariados) y el de
las aseguradoras en particular, ya que un au- mento de la esperanza de vida es
un riesgo potencial para sus márgenes de negocio. De hecho, se- gún explica
Manuel Aguilera, director general del servicio de estudios de Mapfre, "los
riesgos a los que se enfrentan los sistemas de pensiones son financieros,
demográficos, de inflación y de desempleo, pero de todos ellos el motor es el riesgo
de supervivencia, que las personas puedan vivir más tiempo del previsto. Se
puede decir que la nueva prima de riesgo es la brecha entre la edad de retiro y
la de supervivencia". Teniendo en cuenta la esperanza de vida actual, esa
brecha está hoy en Europa en 18,6 años y en los 21,7 años en las mujeres, pero
se espera que se eleve hasta los 22,7 años en los hombres y los 25,8 años en
las mujeres en el año 2060, según el informe 2018 Ageing Report de la Comisión
Europea. Es decir, que los europeos pasarán un tercio de su vida viviendo de la
pensión pública o de los ahorros privados que hayan acumulado durante su vida
laboral.
Cómo no sobrevivir a los ahorros
Pero ¿cómo afrontan ese riesgo de longevidad los sistemas
públicos de pensiones, las aseguradoras y, sobre todo, los inversores? Con
respecto al sistema público de pensiones, en el caso de España ese riesgo de
longevidad es lo que está detrás de las últimas modificaciones que ha aplicado
el Gobierno para garantizar la sostenibilidad del sistema con sus dos medidas
estrella: el retraso en la edad de jubilación, de momento hasta los 67 años, y
la introducción del factor de sostenibilidad a partir del año que viene, que,
como explica José Miguel Rodríguez, "está en el artículo 5 de la Ley de
sostenibilidad de las pensiones, ya que incluir el factor de sostenibilidad
implica que las tablas de esperanza de vida se revisan cada cinco años y eso, a
lo que han llamado solidaridad intergeneracional, es lo que va a implicar una
menor renta para los que se vayan jubilando".
En concreto, desde Renta 4 cuantifican que "en 10 años
se va a perder un 19 por ciento de poder adquisitivo solo por el factor de
sostenibilidad y por los cambios en el índice de revalorización de las
pensiones". Rentas menguantes que complican que sean suficientes para los
jubilados más longevos ya que, como recuerda Israel Bartolomé, responsable de
productos y estudios de Santalucía, "en el futuro no te puede servir solo
tener un producto de rentas porque rara vez será suficiente como para cubrir la
parte asistencial" ya que la probabilidad de tener que recibir algún tipo
de asistencia con 80 años es elevada. De ahí que inste al Gobierno a buscar
vías de financiación pública para la Cuarta Edad, como ya han hecho por ejemplo
en Chile acortando la pensión de jubilación para que el Estado financie los
servicios asistenciales que se requerirían en la Cuarta Edad.
A la espera de este respaldo público, en el sector privado
ya hay productos con los que los españoles pueden cubrir ese riesgo de longevidad.
De ellos, el más demandado es el de rentas vitalicias. Estos son seguros de
vida dirigidos a personas mayores, donde la aseguradora garantiza al tomador
del seguro una renta periódica hasta su fallecimiento a cambio del pago de una
prima única y con una rentabilidad que va en función de la esperanza de vida
del tomador y la periodicidad del pago acordado y que es fija; es decir, no se
actualiza en función de los cambios que se produzcan en los mercados, lo que ha
llevado al Gobierno a pedir a las aseguradoras que especifiquen en estos
contratos que el asegurado puede perder dinero si lo rescata anticipadamente,
algo que solo hace el 2 por ciento, ya que lo hará a precio de mercado.
Aun así, desde Unespa defienden que "son los que mejor
se adaptan a esa fase de desacumulación y elimina el riesgo de sobrevivir a los
propios ahorros". De hecho, estos productos han experimentado un auténtico
boom en los últimos años al calor de ventaja fiscal que presentan ya que a
partir de los 60 años solo tributa el 24 por ciento de la renta y ese
porcentaje cae hasta el 8 por ciento en el caso de los mayores de 70 años.
Además, desde 2015 las ganancias que se obtengan por la transmisión de un
patrimonio, ya sea que venga de acciones, fondos o de la venta de un inmueble,
que se deriven hacia rentas vitalicias están exentas de impuestos en
operaciones de hasta 240.000 euros. Además, algunas aseguradoras afirman que
están estudiando fórmulas de rentas vitalicias que permitan dar rentas los
primeros años y cubrir servicios asistenciales a partir de los 80 años.
"El mundo del seguro y el de las prestaciones asistenciales tienen que
tender a encontrarse", apunta Victor Fernández, director de desarrollo de
productos de CNP Partners. Este experto habla también de dos productos cuya
contratación podría revitalizarse a medida que aumente la conciencia sobre
"ahorrar ya no solo pensando en la jubilación sino en la esperanza de
vida".
Uno de ellos es el seguro de dependencia, un producto que
solo cuenta con 33.000 asegurados en España, pese a que presenta las mismas
ventajas fiscales que los planes de pensiones y PPAS ya que sus aportaciones
cuentan con deducciones fiscales. La explicación de tan poco éxito es sencilla:
"Lo que frena la contratación es que la dependencia es un hecho incierto,
mientras que todo el mundo sabe que se va a jubilar o a morir en algún
momento", explica Israel Bartolomé.
El otro producto que puede resurgir es la hipoteca inversa,
que garantiza una renta utilizando la vivienda como aval. Cuando la persona
muere, el contrato queda cancelado y sus herederos deberán devolver lo prestado
o bien ceder la vivienda al banco. Además, hay dos modalidades: la simple, en
la que el importe del préstamo se materializará en pagos periódicos hasta que
agote el importe, por lo que no se cubre el riesgo de longevidad, y la que se
combina con un seguro de rentas vitalicias. Esta última sí cubre el riesgo de
vivir muchos años, pero la renta que se percibe es inferior.