El sector asegurador debe ir hacia un modelo articulado en dos fases: hasta los 85 y de ahí en adelante
Publicado en Cinco Días 15 de enero 2017
El análisis de los elementos que determinarán la longevidad
en este siglo XXI nos ayuda a entender la posición prudencial de la industria
aseguradora al enfrentarse a este riesgo. A. Klein, de la International
Actuarial Association, considera que los once elementos que determinan la
mortalidad son: el envejecimiento, las catástrofes, las enfermedades, el medio
ambiente, el sistema sanitario de salud y cuidados médicos, la desigualdad, el
estilo de vida, los avances médicos, la política, los avances tecnológicos y
aquello que hoy no conocemos. Todos estos elementos nos presentan un panorama
que hace difícil evaluar el futuro de la longevidad humana sobre todo en sus
elementos más disruptivos.
Sabiendo la dificultad que supone realizar tendencias,
incorporando los efectos posibles de estos avances médicos/tecnológicos,
acudimos a Guy Coughlan, Chief Risk Officer de Universities Superannuation
Scheme ( USS), quien proyecta la reducción de mortalidad según distintos grupos
socioeconómicos y concluye que tomando 2010 como base 100 de mortalidad para un
varón de 60 años de edad; en 2050 la reducción para la clase
socioeconómica alta sería del 60% y si se consideran todas las posibles mejoras
la reducción alcanzaría el 80%.
Por ello, el sector asegurador –al comercializar productos
de riesgo vitalicio asociados a la biometría humana– mantiene una postura de
extrema prudencia ante la incertidumbre que presenta medir a largo plazo la
longevidad humana. Cabe destacar además que los requerimientos de capital que
exige la normativa de Solvencia para suscribir este riesgo hacen que, en
entornos de tipos de interés bajos como el actual, estos productos no sean
atractivos para el asegurado, y el asegurador siga manteniendo cierta aversión
al riesgo vitalicio.
Si analizamos los últimos datos y proyecciones en la
supervivencia humana para entender las incertidumbres a las que se enfrenta el
asegurador que desea cumplir con su función social de cubrir riesgos de
retiro, que técnicamente se denomina fase de desacumulación, los datos más
recientes relativos a la tendencia de la supervivencia procedente de Estados
Unidos y de Gran Bretaña, sugieren que el ritmo de mejora de la longevidad
humana pudiera haber iniciado un proceso de desaceleración.
En efecto, según un informe de la sociedad de actuarios de
los EEUU para personas mayores de 50 años, las mejoras anuales en la
supervivencia fueron del 1% de media desde 1950 y del 0,5% de 2010 a 2014. La
actualización de estas proyecciones de longevidad acortada realizada en 2014,
por los actuarios supone una revisión a la baja de los pagos a realizar a los
rentistas de los fondos de pensiones.
Los expertos en el análisis de la tendencia demográfica
atribuyen esta desaceleración a las enfermedades cardiovasculares, si entre los
años 1968 a 2010, un 70% se puede atribuir a esta causa de mortalidad. En el
periodo 2011 - 2016 se suman otras causas como el cáncer. Las estatinas,
medicamento que se prescribe para la reducción del colesterol desde los años
noventa del siglo XX, ha sido el motor principal de reducción de la mortalidad
cuyo efecto incremental en la mejora de la supervivencia no se volverá a
producir. Los demógrafos y actuarios han valorado si esta reducción en el
ritmo de mejora es puntual o es una tendencia a medio/ largo plazo. Por
tanto, la resistencia de la industria aseguradora en la comercialización de
seguros de rentas vitalicias –basada en la incertidumbre de las proyecciones
más recientes de longevidad– podría quedar despejada.
Ante este escenario de claroscuros, proponemos el modelo de
la cuarta edad, donde la longevidad desde la edad de jubilación se divide en
dos periodos, uno desde la jubilación hasta los 85 años, este periodo no tiene
especial riesgo desde la incertidumbre aseguradora; y un segundo periodo,
la cuarta edad, desde los 85 años hasta el límite de la supervivencia
humana,120 años. En este segundo periodo el asegurador se reservaría la opción
de revisar los cálculos de la renta vitalicia según las bases técnicas de
longevidad que hubiera al inicio de este periodo. Esta fórmula que ciertamente
mitiga el riesgo de longevidad, puede ser una vía prometedora que explorar por
la industria.
José Miguel Rodríguez-Pardo es profesor del Programa
Gestión Global de Riesgos de entidades Aseguradoras del IEB