Sabemos que la edad cronológica, basada en la edad del año de nacimiento, no es la correcta medida del grado de envejecimiento de un individuo.
Por otra parte, conocemos que mediante determinados biomarcadores son capaces de medir en un momento determinado el grado de envejecimiento de una persona, como es el caso de los telómeros que según las últimas investigaciones pueden explicar un 80% del grado de envejecimiento y que nos mide la verdadera edad biológica.
Los telómeros son los extremos de los cromosomas y están constituidos por series repetitivas de ADN no codificante; el hecho de que no codifiquen genes, no significa que no sean importantes: los telómeros están implicados en numerosas funciones celulares relacionadas con la estabilidad de los cromosomas y la división celular.
Cumplen por tanto con dos funciones importantes: i) evitar que estos extremos sean reconocidos como rupturas en el ADN, lo que llevaría a activar un mecanismo de reparación que los uniría con otros, provocando graves daños a la célula, y ii) proteger al ADN de la reducción que sufre cada vez que la célula se divide, porque, la enzima que copia el ADN, no puede replicar completamente uno de los extremos (la cadena retrasada donde se ubican los fragmentos de Okazaki) al no tener de donde sostenerse.
Durante nuestro desarrollo embrionario, tenemos activa una enzima llamada telomerasa que se encarga de reponer los telómeros perdidos durante la replicación del ADN. Sin embargo, una vez que nacemos y empezamos a crecer, se inactiva. Se cree que esta inactivación evolucionó como un mecanismo que reprime la formación de tumores.
Los telómeros actuan como “reloj biológico”, pues cada vez que la célula se divide, sus telómeros se acortan, hasta llegar a un punto donde son tan cortos que la célula deja de dividirse y entra a un estado de senescencia donde deja de funcionar.
La relación entre el acortamiento de los telómeros y la aparición de enfermedades degenerativas o el envejecimiento común de los seres vivos están demostradas desde hace años.
En el año 2009, los científicos Elizabeth H. Blackburn, Carol W. Greider y Jack W. Szostak fueron reconocidos con el Premio Nobel de Medicina por sus trabajos relacionados con telómeros.
Un reciente estudio de la Universidad de Glasgow (Reino Unido) publicado en la revista PNAS. nos aporta un avance muy relevante para los estudios bioactuariales, pues aporta una visión que hasta la fecha se consideraba con un reto, y es medir la esperanza de vida mediante el análisis de los telómeros.
El estudio, financiado por el Consejo Europeo de Investigación, con el apoyo adicional del Reino Unido Natural Environment Research Council, el Wellcome Trust y los EE.UU. National Science Foundation, es el primer estudio en el que los investigadores han medido la longitud del telómero en los mismos individuos a partir de los principios de la vida. Los resultados han revelado que la duración de la longitud de los telómeros en los primeros años de vida es un fuerte predictor de la vida posterior del individuo.
Trabajando con diamantes mandarines (Taeniopygia guttata), aves originarias de Australia, Pat Monaghan y sus colegas han demostrado que al medir la longitud de los telómeros periódicamente a lo largo de la vida de un animal se puede encontrar una asociación entre la longitud de estas estructuras -ubicadas en el extremo de los cromosomas de la célula- y la esperanza de vida.
El mejor vaticinador de la esperanza de vida ha resultado ser la longitud de los telómeros medidos cuando las aves tenían 25 días de vida. Una medida precoz teniendo en cuenta que la esperanza de vida en los 99 especímenes estudiados varió desde los 210 días hasta los 9 años. «Las que habían vivido más tiempo tenían telómeros más largos», explica Britt Heidinger, de la universidad.
La longitud de los telómeros es hereditaria, aunque puede verse modificada por factores ambientales (como el estrés). Los científicos tratarán de «averiguar más sobre cómo las condiciones de vida pueden influir en los patrones de acortamiento de los telómeros, así como establecer importancia entre factores heredados y ambientales». Así concluyó Pat Monaghan, coordinadora del estudio.
Esta es la primera vez que se demuestra que diferencias normales en la longitud de los telómeros pueden predecir la longevidad de un individuo. "Ahora necesitamos averiguar más sobre cómo las condiciones de vida en edades tempranas pueden influir en los patrones de acortamiento de los telómeros, así como establecer la importancia relativa de factores heredados y ambientales”, ha explicado Monaghan. Además, aún hay que aclarar cómo se pueden aplicar los hallazgos a los seres humanos.
El estudio en seres humanos en ocasiones han revelado conclusiones contradictorias en estudios anteriores,como así lo reflejó la publicación Relación entre la longitud de los telómeros, las causas específicas de muerte, y años de vida saludable en la Salud, Envejecimiento y Composición Corporal, un estudio de cohorte de base poblacional, Published by Oxford University Press on behalf of The Gerontological Society of America en Mayo de 2009 donde se concluye que " no se encontró ninguna evidencia de asociación entre la longitud de los telómeros y la supervivencia global o entre la longitud de los telómeros y las causas específicas de muerte.Los resultados sugieren que el tamaño de los telómeros, aunque no es un marcador biológico de la supervivencia en las personas mayores, puede ser un biomarcador informativo del envejecimiento saludable.
Por tanto
José Miguel Rodríguez-Pardo del Castillo