El diario la Vanguardia publicó con fecha 13 de mayo de 2013 un
artículo firmado por PIERGIORGIO M. SANDRI en el que
estudia la evolución de la población en referencia a la posibilidad de alcanzar
los 100 años de edad. En dicho artículo se hace referencia a un artículo que
escribí en la revista de Gerencia de Riesgos y Seguros, lo cual le agradezco.
Reproduzco por su interés el artículo.
José Miguel Rodríguez-Pardo
-----------------------------------------------------------------------------------------
En el mundo viven hoy 455.000 personas de
100 años o más, el equivalente de los habitantes una ciudad como Málaga o
Murcia. Puede parecer poco, si se comparan con los siete mil millones de
personas que hay en el planeta. Pero desde una perspectiva histórica, la
impresión cambia radicalmente: vivimos la generación más longeva de
la historia. En ninguna otra época de la civilización humana pudieron tantos
niños esperar vivir tantos años.En la primitiva edad de hierro y bronce, un
niño recién nacido podía esperar vivir sólo unos
dieciocho años por la terrible mortalidad de bebés y niños. Por supuesto esta
cifra es una media, había personas que superaban esa edad. Pero, con todo, si
usted hoy se siente mayor con sesenta años, puede pensar que alcanzar esta
franja de edad en los tiempos antiguos era comparable a
la rareza actual de centenarios. Sólo en tiempos de los romanos la esperanza de vida empezó
a incrementarse.
El siglo XX, en cambio, fue excepcional. El aumento de la
esperanza de vida que se produjo en se periodo (un 50%) es
equivalente al que tuvo lugar desde la edad de hierro… ¡hasta el 1900! Fíjense
como han cambiado las cosas: en 1900, las causas de muerte más importante en
los países desarrollados eran: tuberculosis, neumonía, diarrea y otras
enfermedades infecciosas. En la actualidad, la mayoría de ellas han dejado de
ser un peligro. En 1900 el 75% de la población de EE.UU. moría antes de
alcanzar los 75 años. Hoy en día la proporción se ha invertido.
El colectivo de los centenarios sigue en ascenso. Según el censo
de los EE.UU., la franja de edad de población de 100 años o más crecerá entre
2005 y 2050 un
746%. Con este ritmo, habrá en ese país más de un millón de
centenarios para el 2080. En España hay unos 10.000 y también son el rango de
población que más
crece, un 6% anual. En el 2009 un estudio llevado a cabo por el
profesor Kaare Christensen, del Centro de Investigaciones del Envejecimiento de
la Universidad del Sur de Dinamarca publicado en la revista The Lancet sacudió
al mundo científico. El grupo de investigadores aseguraba que si el ritmo de
aumento de la esperanza de vida en los países desarrollados en los últimos dos
siglos continuara a
lo largo del siglo XXI, la mitad de los bebés nacidos en estos países a partir
del 2000 celebrarán su cumpleaños número 100. Christensen recuerda que la
esperanza al nacer ha subido de forma lineal e ininterrumpida durante los
últimos 165 años y todo apunta a que no parará.
Roland Moreau, médico y biofísico autor del libro La inmortalidad para
mañana, afirma que “en el año 2027 la práctica totalidad de
los nacidos ese año alcanzarán los 100 años”. ¿Son previsiones realistas? José
Viña, doctor y catedrático de la Universitat de València que participa en el
grupo español para el estudio de los centenarios, cree que sí. “También al
principio del siglo XX la gente creía que la física se acabaría. Es plausible
que nos aproximemos a la esperanza de 100 años. No es una aspiración
descabellada, ni mucho menos”.
Pero también hay quien es escéptico. Paola Sebastiani, profesora
de bioestadística en la Universidad de Boston recuerda que “en el 2000 había en
EE.UU. un centenario cada 5.500 personas. Diez años después, la proporción
sigue siendo la misma. Es demasiado pronto para definirlo como tendencia. Ahora la esperanza de vida sólo crece
en las clases altas, mientras que en las bajas ha vuelto a
disminuir, esencialmente porque las mujeres fuman más”. De
la misma manera, Leonard Hayflick, autor del libro de referencia Cómo y por qué envejecemos (Herder)
estima que incluso si el cáncer se curara mañana, sólo se añadirían tres años a
la esperanza de vida de un recién nacido. Y si se encontrara un remedio para
los problemas cardiovasculares, se alargaría 14 años. “Pero
incluso si fuéramos capaces de prevenir todas las causas de muerte existentes,
el aumento que supondría en la esperanza de vida no se acercaría al incremento
de 25 años que se produjo desde el pasado cambio de siglo.
El tiempo de un incremento rápido en esperanza de vida en los países
desarrollados ha terminado”, escribe.
En todo caso hay que preguntarse si existe un límite biológico. Hayflick
recuerda que “no hay pruebas de que la duración máxima de la vida sea distinta
de lo que era hace cien mil años. Es decir, que se sitúa en torno a los 115
años. La probabilidad de que vivamos hasta los cien años ha aumentado, pero
para que crezca realmente la longevidad se deberían alterar los
procesos de envejecimiento. Y dicho incremento sería imperceptible a lo largo
de varios milenios”. En la actualidad podemos aspirar a vivir dos tercios del máximo de
la vida humana. Pero para ir más allá… Juan Martínez Hernández, uno de los
impulsores de Renace, Registro Nacional de Centenarios de España, que nace bajo
el auspicio de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG),
matiza. “La progresión de al esperanza de vida es incuestionable. Y 120 es un
límite puramente estadístico. Digamos que la posibilidad de llegar a esta
edad es casi cero”.
Cuando hablamos de supercentenarios,
nos referimos a los que superan los 110 años. De acuerdo con el Instituto Max Planck
de Rostock, en Alemania, sólo 19 personas han alcanzado esa edad desde 1900 (de
los cuáles únicamente dos han sido hombres). El récord pertenece a Jeanne
Calment, que murió el 4 de agosto de 1997 a los 122 años. “Si el número de
seres humanos que han vivido a lo largo de la historia se cifra en 110.000
millones de personas, es significativo que tan sólo una persona haya alcanzado
los 120 años. Por lo tanto, la frontera de los 115 años constituye una auténtica barrera en la
biología del ser humano”, señala un estudio del profesor
de la Universidad Carlos III de Madrid José Miguel Rodríguez Pardo del Castillo
para la Fundación Mapfre (El riesgo de longevidad en las personas
centenarias). Además, tener en cuenta que pocas partidas de nacimiento de
personas que afirman tener más de 115 años pueden aceptarse como auténticas. La
mayoría de ellas no fueron un requisito legal en muchos
estados hasta bien entrado el siglo XX.
¿Por
qué ciertas personas alcanzan y hasta superan los 100 años
y otras no? No hay una respuesta clara. Lo que sí se ha detectado es que los
que sobreviven más tienen un estado de salud que en muchos puntos es similar a
personas una década más jóvenes. Se ha comprobado que son resistentes al cáncer:
no desarrollan esta enfermedad. “Una de las características de este colectivo
es la llamada compresión de la morbilidad. Es decir, que viven con buena salud
durante un tiempo largo y sólo se enferman hacia el final.
De hecho, el porcentaje de los centenarios que enferman de cáncer es más bajo
que el de los de setenta años. Y esquivan durante décadas la demencia y los
problemas cardíacos”, explica Paola Sebastiani. Por ejemplo, según el Journal
of Health and Welfare Statistic, en la isla de Okinawa, en Japón, hay 61
centenarios por 100.000 habitantes. Viven en perfecto estado de salud toda
la vida y, de golpe, una acumulación de enfermedades les
mata muy rápido.
Parece ser que los centenarios envejecen más lentamente.
Reinald Pamplona, catedrático de Biofisiología en la Universitat de Lleida,
asegura que “son seres excepcionales porque tienen un índice de resistencia a la oxidación.
Los organismos celulares consumen oxígeno y de alguna manera, producen
residuos. Pues bien, hay personas que, de alguna manera, son más eficientes.
Funcionan mejor. Este colectivo tiene un metabolismo diferente”, explica. De la
misma manera, el diseño biológico de las mujeres explicaría porque ellas
sobreviven más años. “Hasta que no les llegue la menopausia ellas presentan una
cierta resistencia a las patologías. Su declive empieza más tarde”,
añade este experto.
Las explicaciones sobre el secreto de los centenarios siempre se
fundamentan en dos pilares: el estilo de vida y los genes.
Los que creen que el peso de las condiciones ambientales es decisivo, hacen
hincapié en varios factores, como la ausencia de contaminación, el
ejercicio físico y la alimentación. “Hemos hecho estudios en
los que cambios de estilos de vida pueden alargar hasta 14 años la esperanza de
vida y así podremos pasar de los 75 hasta los 90 años. ¿Cómo? Ingerir cuatro
piezas de fruta, hacer ejercicio, no fumar y tomar un vasito de vino”, señala
José Viña. Parece haber consenso en este sentido, que comer poco (o
no tanto) nos alargará la vida.
Por ejemplo, Matthew Piper, del Instituto de Salud y
Envejecimiento de la Universidad de Londres, ha demostrado que si se reduce la dieta de una
rata en un 40%, vivirá entre un 20% o 30% más. “La restricción
dietética es capaz de reducir la producción mitocondrial de radicales libres. Y
hay una clara relación entre la producción de radicales libres y la longevidad
máxima”, dice Pamplona. Este académico cita el ejemplo de la isla de Okinawa:
“Allí no comen nunca hasta saciarse. Ingieren pocas proteínas y mucha verdura
y pescado. La restricción calórica produce efectos, porque se
cambia el metabolismo. Y al final el organismo se oxida menos”. “Estas personas
simplemente regulan mejor su expresión genética. Es decir, que frenan
suavemente y aceleran con moderación”, subraya José Viña.
La ausencia de estrés también es fundamental. Una macroinvestigación (Longevity Project), que abarca un horizonte de 80 años, ha constatado que los divorciados tienen una esperanza de vida más corta que los casados. La convivencia parece sentar bien al organismo, así como las relaciones sociales. En Okinawa, la mayoría de los ultracentenarios disfrutan de un tejido de protección muy fuerte: tienen una gran consideración por parte de los habitantes. Y está comprobado que la liberación de endorfinas que se produce en estos casos promueve el bienestar y fortalece el sistema inmunológico. Ramon Bayés, catedrático de Psicología de la Universitat Autónoma de Barcelona (82 años) y autor de varios libros, explica que una actitud psicológica positiva alarga la vida. Para ello, en primer lugar, “hay que aceptar las limitaciones que nos impone progresivamente la naturaleza e intentar vivir el presente tan plenamente como nos sea posible; la vida no es agua estancada, es cambio. Hay que encontrarle un sentido y tratar de mantenerse apasionados, ilusionados, generosos, compasivos, hasta el final. Oliver Wendell Holmes, médico y poeta del siglo XIX, decía que ‘los hombres no dejan de jugar porque se hagan viejos; se hacen viejos porque dejan de jugar’”.
La ausencia de estrés también es fundamental. Una macroinvestigación (Longevity Project), que abarca un horizonte de 80 años, ha constatado que los divorciados tienen una esperanza de vida más corta que los casados. La convivencia parece sentar bien al organismo, así como las relaciones sociales. En Okinawa, la mayoría de los ultracentenarios disfrutan de un tejido de protección muy fuerte: tienen una gran consideración por parte de los habitantes. Y está comprobado que la liberación de endorfinas que se produce en estos casos promueve el bienestar y fortalece el sistema inmunológico. Ramon Bayés, catedrático de Psicología de la Universitat Autónoma de Barcelona (82 años) y autor de varios libros, explica que una actitud psicológica positiva alarga la vida. Para ello, en primer lugar, “hay que aceptar las limitaciones que nos impone progresivamente la naturaleza e intentar vivir el presente tan plenamente como nos sea posible; la vida no es agua estancada, es cambio. Hay que encontrarle un sentido y tratar de mantenerse apasionados, ilusionados, generosos, compasivos, hasta el final. Oliver Wendell Holmes, médico y poeta del siglo XIX, decía que ‘los hombres no dejan de jugar porque se hagan viejos; se hacen viejos porque dejan de jugar’”.
En cambio, los que defienden la preponderancia de los genes en la
longevidad se basan en un hecho bastante común en otras especies de la
naturaleza: la
supervivencia del más fuerte. El organismo es el que manda y
poco más se puede hacer. Aquí el estudio de referencia es del profesor Nil
Barzai, del Instituto de Investigación del Envejecimiento de la Universidad de
Yeshiva en Nueva York. Se comparó el estilo de vida de 477 personas, todos
judíos asquenazíes (un grupo genéticamente uniforme) de entre 95 y 112 años,
con otros 3.000 individuos de población general nacidos en la misma época. Los
resultados mostraron que aquellos que han logrado una vida excepcionalmente
larga comían tan
mal, hacían tan poco ejercicio, consumían tanto alcohol y
tabaco y tenían tanto sobrepeso como aquellos que se habían muerto hacía mucho
tiempo. Parecería que portarse mal, si uno tiene una base genética favorable,
no sería incompatible con vivir muchos años.
En cambio, no está claro que estos genes se puedan transmitir.
Si alguien tiene un padre que vivió 100 años, tendrá muchos puntos para llegar
a la misma edad. Pero también hay muchos centenarios sin antecedentes
familiares. En todo caso, Paola Sebastiani cree que en un futuro se podrían
producir fármacos capaces
de reproducir ciertos compuestos metabólicos imputables a estos genes, para que
el resto de la población también pueda alargar su vida.
Ahora bien, si cada vez más personas empiezan a superar el umbral
del siglo, es evidente que la sociedad tendrá que reorganizarse.
Según Hayflick, un mundo en que se hubieran eliminado las principales causas de
muerte costaría al sistema, debido a la gran presencia de ancianos, hasta 50 veces el coste anual del
actual esfuerzo público por curar estas enfermedades! Pero no sólo es el
aspecto económico. Con una pequeña armada de centenarios en el horizonte, todo
va a cambiar. “¿Acaso puede alguien pensar que el envejecimiento va a afectar
sólo a las dificultades de financiación de los gastos de las jubilaciones y de
la sanidad, sin repercutir en la influencia, y en la ética misma, de Europa?”,
se preguntaba Jean Claude Chesnais, director del Instituto Nacional de Estudios
Demográficos de París.
¿Es deseable vivir tanto? “Hay que tener en
cuenta que el aumento de la esperanza de vida siempre ha sido acompañado de los progresos sociales”,
hace notar Juan Martínez Hernández. “Tras la caída de la URSS, durante una
década hubo un caos en los antiguos países del pacto de Varsovia, y la esperanza de vida bajó. Hasta
reaparecieron viejas enfermedades”, dice. “Podríamos con intervenciones médicas
tal vez forzar la máquina para que los mayores lleguen a los 100, pero en malas
condiciones. Tampoco se trata de suministrar medicamentos en exceso. Hay que
ser prudente con los ancianos y los mayores. Si son felices y tienen vida
próspera y productiva, bien. Pero aumentar la esperanza de vida no tiene que
ser un fin en sí mismo”, reflexiona Hernández.
Según el profesor Pamplona, “si las cosas van como deberían, los
80 años del futuro serán como los 60 de hoy”. Para ello, subraya Ramon Bayés,
“estos ancianos deberán encontrar y desarrollar una
actividad –da igual que sea escribir, meditar, pintar, cultivar un huerto,
observar nubes, andar, coleccionar postales, tocar un instrumento, acompañar a
alguien, etcétera- en la que, mientras la hacemos, no sintamos el paso del
tiempo y que, una vez realizada, nos descubramos satisfechos”.
Kaare Christensen coincide y trata de imaginarse esta futura sociedad de
centenarios: “Yo creo que si el siglo XX fue el siglo de la redistribución de
la renta, el siglo XXI puede ser el siglo de la redistribución del
trabajo entre distintas clases de población y a lo largo
de distintas las edades de la vida. Los individuos podrán combinar trabajo,
educación, placer y crianza de los hijos en distintos grados y en diferentes
etapas vitales”. 100 años, se dice pronto.
Leer más: http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20130503/54373057414/vivir-100-anos.html#ixzz2tYkkLtZn