martes, 21 de diciembre de 2010

Morbilidad y longevidad.

El estudio de la longevidad de una población debe ponerse en relación con la morbilidad de la población de mayor edad,una de las incertidumbres bioactuariales es si el aumento de la esperanza de vida llevará consigo o no un mayor periodo de vida libre de discapacidad.El artículo que se reproduce nos ayuda a clarificar este asunto.

José Miguel Rodríguez-Pardo del Castillo.

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Servicio de Estudios de "la Caixa".– España tendrá 52 millones de habitantes en 2060, de los cuales aproximadamente un tercio tendrá más de 65 años y un 14% más de 80 años. Las cifras actuales rondan el 17% y el 5%, respectivamente. En términos absolutos, en cincuenta años los españoles mayores de 65 años habrán pasado de 8 a 17 millones de personas, y los mayores de ochenta años serán 8 millones, frente a los 2 millones actuales. Estas cifras, que se derivan de las proyecciones de población de Eurostat, son una buena noticia. Dibujan un país que sigue prosperando en términos de esperanza de vida, un indicador fundamental de desarrollo humano. Sin embargo, este buen dato irrefutable puede suscitar una legítima preocupación sobre la evolución futura del gasto sanitario del país.

Todos entendemos de forma intuitiva que, en promedio, el gasto sanitario por persona es más elevado a mayor edad. De hecho, los datos avalan esta presunción: en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) el gasto sanitario per cápita del grupo de mayores de 65 años es al menos cuatro veces superior al del grupo de menores de dicha edad. Por tanto, si un país se envejece, cabe esperar que su gasto sanitario total aumente. Sin embargo, la cuestión no puede despacharse de forma tan simple. En primer lugar, porque además del envejecimiento propiamente dicho importan las condiciones de salud en las que se viven los años adicionales que proporcionan la mayor longevidad. Pero también porque existen otros factores que determinan el gasto sanitario de un país que no están estrictamente vinculados con la evolución demográfica, en particular el crecimiento de la renta y el desarrollo de nuevas tecnologías médicas.

Por lo que se refiere al impacto de la longevidad creciente, debemos plantearnos qué calidad de salud podemos esperar de los años adicionales de vida que se disfrutarán en 2060. En términos generales, se pueden esperar tres situaciones diferentes. La primera, que en la literatura se denomina de «compresión de la morbilidad», defiende que las personas tenderán a vivir no sólo más años sino con más salud, es decir, que los años vividos en enfermedad se reducirán. La hipótesis contraria («expansión de la morbilidad») también se ha formulado: viviremos más años con peores condiciones de salud. Finalmente, una posición intermedia apuesta por un equilibrio entre vivir más y vivir mejor (en términos de salud), es decir, que algunos años «ganados» por la mayor esperanza de vida se vivirán en salud y el resto, no. La evidencia empírica disponible, aunque no es totalmente concluyente, apunta a que un escenario en el que los años «ganados» en términos de esperanza de vida son años en salud se corresponde a la evolución reciente en la OCDE. Ello tiene, como consecuencia sobre el gasto de salud por habitante, un efecto neutral, ya que los años de peor salud se mantienen constantes.

Finalmente, otro grupo de factores son los no estrictamente demográficos. Bajo esta categoría se considera usualmente la relación del gasto sanitario con el nivel de renta y con el desarrollo de la tecnología médica. En el primero de estos casos, la literatura empírica existente sobre la relación entre renta y gasto sanitario en la Unión Europea (UE) tiende a apuntar a que el gasto sanitario crece, en promedio de largo plazo, por encima del aumento de la renta. Por lo que se refiere a la tecnología, la evidencia sugiere que la aceleración de los costes de los nuevos desarrollos y tratamientos médicos es un determinante clave del aumento del gasto sanitario. Ello se debe, de acuerdo con la interpretación más habitual, a que la propia disponibilidad de nuevos tratamientos (usualmente más caros que los existentes, en gran medida debido a los altos costes de investigación y desarrollo que implican) genera su propia demanda. También pueden tener su importancia aspectos institucionales de los distintos sistemas nacionales de salud, como por ejemplo el reparto de funciones público-privadas o el sistema de incentivos de proveedores y prescriptores médicos.

¿Cuál es el peso de cada uno de los determinantes del gasto sanitario comentados anteriormente? Según estimaciones de la OCDE, en el periodo 1981-2002, el aumento anual del gasto sanitario (expresado en términos per cápita), en el promedio de sus países miembros, fue del 3,6% anual. Los efectos puramente demográficos (envejecimiento y cambio del estatus de salud por mayor longevidad) explican 0,3 puntos porcentuales, los efectos del aumento de la renta, 2,3 puntos porcentuales y los del cambio en las tecnologías médicas, un punto porcentual.

La cuestión relevante es plantearse cómo pueden evolucionar en el futuro estos determinantes, demográficos y no demográficos, del gasto sanitario en España y los países de su entorno. Un reciente estudio de la UE ofrece algunas pistas al respecto.(1) De acuerdo con dichas proyecciones, el gasto sanitario en la Unión en su conjunto pasaría de niveles equivalentes al 6,7% del producto interior bruto (PIB) en 2007 al 8,2% en 2060. Con todo, este resultado agregado se deriva de evoluciones nacionales dispares. En términos generales, los nuevos Estados miembros de la UE, los provenientes de Europa del Este, sufrirán de mayores aumentos en el gasto sanitario, fruto de la combinación de unas tendencias demográficas de envejecimiento acelerado y de un punto de partida relativamente más bajo.

El caso español tiende a asemejarse a esta dinámica de Europa del Este debido a la tendencia de envejecimiento rápido y a los niveles de gasto sanitario relativamente reducidos de partida. El gasto sanitario, que representaba un 5,5% del PIB en 2007, se cifrará en el 7,2% en 2060. Este aumento se alcanza en tres etapas claramente distintas. Hasta 2020 la presión demográfica y de otros factores es relativamente contenida. Así, en 2020, y siempre de acuerdo con las proyecciones comunitarias, el gasto sanitario se situaría en el 5,9% del PIB. Las siguientes dos décadas serán las de más presión sobre el gasto sanitario: en 2040 éste alcanzará el 6,8% del PIB. Después seguirían dos décadas de aumento más contenido, de manera que en 2050 el gasto sanitario ascendería hasta el 7,1% del PIB, sumando sólo una décima porcentual adicional hasta 2060.

Aunque este ejercicio esté sujeto a elevada incertidumbre, tiene la virtud de anunciar cuándo las tendencias actuales, de mantenerse, van a generar mayores presiones sobre el gasto sanitario. Dado que la evolución temporal esbozada para España es similar a la que se espera para el conjunto de la Unión, sabemos que, si preocupa la contención del gasto sanitario, se deberá actuar con prontitud para evitar llegar al periodo crítico 2030-2040 sin margen de maniobra. Sobre todo, porque mejoras relativamente moderadas en las situaciones iniciales van a conllevar grandes cambios en la trayectoria de largo plazo. Si, como decía el pensador chino Lao Tse, el camino de 1.000 kilómetros empieza con un primer paso, conviene empezar estos primeros andares sin perder de vista un futuro que se antoja lejano en términos personales pero realmente cercano en tiempo histórico.

http://www.capitalmadrid.info/2010/11/12